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MIRADOR
Columna
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Encoger

Es triste descubrir que no necesitamos un proceso de encogimiento porque ya estamos encogidos

Matt Damon y el director Alexander Payne en el rodaje de 'Downsizing'.Vídeo: Merie W. Wallace
David Trueba

Alentado por las malas críticas que la última película de Alexander Payne recibió a partir de su presentación en el festival de Venecia me decidí a verla. Para entonces, Downsizing ya era un fracaso rotundo. Tanto es así que en España los distribuidores le mutaron el título a Una vida a lo grande, en el vano intento de transmitir esa megalomanía que gusta más que el reconocimiento de nuestra pequeñez. Por ahí van los tiros del mundo, gente sintiéndose mejor cuando sabe que otro está peor, tuertos reinando entre ciegos. Payne es uno de los mejores directores de nuestra época y le engrandece haber pergeñado el fracaso vocacional que es su última película. En ella, una pareja de norteamericanos medios decide reducirse de tamaño para formar parte de esas nuevas comunidades liliputienses que resuelven así los problemas económicos y medioambientales, a partir del hallazgo científico de unos noruegos. Pero en lugar de ilustrar los superpoderes habituales que el cine concede a sus protagonistas, en este caso los somete al reconocimiento de sus infrapoderes. Historieta, pues, de supermiserables y no de superhéroes.

La película no solo está protagonizada por actores feos y vulgares, sino que quienes no lo son han de esforzarse por parecerlo. Sorprende ver a una estrella de Hollywood como Matt Damon trabajarse las condiciones de un personaje fofo, alopécico y memo sin el ahínco irónico habitual en casos así, sino con naturalidad. Pero sorprende más aún verlo alumbrar una escena de amor clásica mientras acaricia el muñón de una vietnamita inmigrante ilegal, gritona, bajita y orejuda. Frente a la belleza plastificada y el romance de pega, una dosis tal de realismo sin coartada sucia conduce, de manera inexorable, al fracaso comercial. Puede que la película no logre enhebrar su tesis a una visualización memorable, pero los fluidos de corrosión bien merecen algo más que el desprecio en un panorama de nula capacidad de análisis.

Reducirse no resuelve los problemas de este personaje central en crisis de identidad que retrata al ciudadano medio de hoy, náufrago entre ideales de autoayuda, seducido por líderes inanes y víctima de los farsantes vendedores de crecepelo hoy reconvertidos en gestores, predictores y gurús. Es triste descubrir que no necesitamos un proceso de encogimiento porque ya estamos encogidos. Acaso no somos tanto la especie elegida, como se nos ha venido diciendo, sino la especie encogida, ramplona, acobardada y zafia que ve enemigos en cada atisbo de libertad ajena. Se entiende que una película tan incómoda carezca de tirón entre el público y que nadie cometa la osadía de recomendarla. No se les ocurra verla.

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