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Miguel del Arco, la explosión del dramaturgo

Miguel del Arco, de 51 años, en una de las salas del reabierto teatro Pavón, ahora llamado Kamikaze, en Madrid.
Rocío García

ES EL MISMO chico que se presentó a un concurso de striptease en el que competían hombres y mujeres y con el que ganó 100.000 pesetas de entonces que fueron a aliviar la angustiosa economía familiar. Nunca ha perdido el arrojo o la temeridad, pero tampoco levanta los pies de la tierra. En cualquier momento se pone a recoger los vasos de un bar o hace de taquillero en el teatro. Para él nada es una tragedia. La suya ya la pasó. Fue la repentina muerte de su hermano Alberto, en 48 horas, con 40 años. “Es mi primer contacto real con la muerte. Cualquier muerte que sobrevenga ahora será durísima, pero ninguna como la de Alberto”.

El director, en el montaje de una obra.

Otro drama, silencioso, acecha a una familia pero esta vez en la ficción. La venta de una casona en la costa del norte, el paraíso de recuerdos infantiles y momentos felices, desata todas las furias que la familia venía acumulando desde lejos. Un padre exitoso, endogámico y ahora sin memoria, una madre profesional que afronta valiente una nueva vida, tres hijos de fuerte personalidad pero abrumados por el peso de sus progenitores. Y una nieta triste y soñadora. En ese ambiente se desarrolla Las furias, el primer largometraje de Miguel del Arco como director. Las maldiciones, los rencores, los reproches y frustraciones saltan por los aires en esta historia, a modo de gran tragedia griega, que cuenta con un reparto estelar: Carmen Machi, José Sacristán, Gonzalo de Castro, Bárbara Lennie, Alberto San Juan, Emma Suárez, Mercedes Sampietro, Pere Arquillué y Macarena Sanz, y que inauguró ayer la 61ª edición de la Semana Internacional de Cine de Valladolid (Seminci). Su estreno en salas será el próximo 11 de noviembre. Para llegar hasta aquí, Miguel del Arco ha realizado un largo viaje desde sus comienzos como guionista, cortometrajista, actor, bailarín y cantante. Se ha convertido en el hombre que ha revolucionado la escena en España. El mismo audaz que se ha lanzado a reabrir con éxito las puertas de un teatro, el antiguo Pavón, junto a sus socios Aitor Tejada, Israel Elejalde y Jordi Buxó, en una suerte de aventura caballeresca. Sus montajes, desde aquel mágico La función por hacer, silencioso y casi clandestino al principio, convertido en un grito desgarrador y creativo de largo alcance, se esperan con interés.

Momentos del rodaje de la película de Del Arco Las furias.

Por algo dos grandes del teatro como José Luis Gómez y Núria Espert hablan de la “explosión del Arco”. “Cuando vi La función por hacer me quedé muy sorprendido porque estaba ante una obra nueva y fresca, pero no casual. El camino que ha recorrido Miguel ha sido de una incubación intensa que ha estallado ahora. Su proceso artístico tiene unos anclajes muy profundos. Ha sido un tiempo durante el que ha ido cogiendo fuerza, procedimientos, intuiciones. Su dramaturgia se ha ido haciendo con vislumbres sucesivos. Es un teatro que aporta ligereza, facilidad y mucho vigor, además de un gran sentido de lo contemporáneo”, asegura Gómez, académico y director de La Abadía. A Núria Espert le hablaron los actores de La función por hacer de ese director. No lo conocía, pero se fio de lo que le dijeron sus colegas más jóvenes. La actriz buscaba a alguien que la ayudara con el proyecto de La violación de Lucrecia y vaya si lo encontró. Del Arco no solo se convirtió en el director de ese gran poema dramático de ­Shakespeare, que protagonizó Espert, sino que fue el comienzo de algo grande y fructífero. “Enriqueció mi trabajo, me resolvió las dudas. No solo eso. Fue el inicio de una amistad sincera y profunda, que conmigo no es tan fácil”, reconoce la actriz, premio Princesa de Asturias de las Artes.

La palabra kamikaze, nombre que le puso a la compañía que creó en 2002 con Aitor Tejada, su eterno amigo y compañero, le va como anillo al dedo. La aventura, acompañada de disciplina y trabajo, ha sido constante en la vida de este chico del barrio de Carabanchel, en Madrid, tercero de una familia de clase baja de siete hermanos. Hoy tiene 51 años y reconoce que la familia numerosa y las dificultades económicas de antaño le han marcado a la hora de buscar y pactar los equilibrios necesarios allá donde vaya. “Nosotros subsistimos, tuvimos momentos terribles económicamente, pero nunca perdimos el humor. En mi casa se ha llevado con humor hasta la pobreza”. Apasionado por los musicales que veía en televisión, ese niño nunca pensó que “aquello” era para él.

El director, en el patio de butacas del teatro Kamikaze.

Fue nadador profesional y jugador de waterpolo en la adolescencia. Su camino estaba dirigido a la medicina. Hasta que descubrió el baile en Estados Unidos, donde estudió un año, y entró, ya en Madrid, en un grupo de teatro. Todavía no había fabricado su futuro cuando vio la representación de Eduardo II de Inglaterra, que hizo Lluís Pasqual en el María Guerrero. “Ahí sí que dije: ‘yo quiero hacer eso”. Siempre le obsesionaron el olor a comida cuando llegaba a las clases de la escuela y los efluvios sudorosos en los bailes. Por entonces ejercía como cocinero por las mañanas en el bar familiar, donde resolvía menús diarios de tres primeros, tres segundos y un tercero para unas 100 personas, y estudiante de arte dramático y canto durante las tardes.

Las jornadas estaban más que medidas, y para eso era fundamental la puntualidad, algo que le sigue persiguiendo. Su aprendizaje fue un periodo duro pero feliz. Del Arco prefiere definirse como trabajador más que como artista. Se estrenó como actor profesional en 1989 con el espectáculo La risa en los huesos, la obra de Bergamín, dirigido por Guillermo Heras. Una función en la que coincidió con los también actores Aitor Tejada y José Luis Martínez, su pareja sentimental desde entonces. Siguieron obras dramatúrgicas en el festival de Mérida y los musicales, como Los miserables, con su primer papel protagonista y un éxito arrollador. La música y el baile lo compatibilizó con la escritura de guiones para televisión, realización de cortometrajes y su primera dirección en el teatro, casi por casualidad: En el aire, un encargo que le hace el actor Israel Elejalde. Ahí empezó el estallido teatral de este dramaturgo que ha firmado montajes como Veraneantes, Juicio a una zorra, De ratones y hombres, Misántropo, Antígona o Hamlet. Ahora prepara para el Pavón Kamikaze La noche de las tríbadas. Las tragedias que representa no existen en su vida real. No hay quien pare a Miguel del Arco.

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