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Perfil

La parábola de Denzel Washington

Denzel Washington en 1990 junto al director Spike Lee en una imagen de 'Cuanto más, ¡mejor!'.
Álex Vicente

DENZEL WASHINGTON está radiante. En esta mañana de principios de mes, a pocos días de los Oscar que se entregan esta noche en Los Ángeles, el actor y director (Nueva York, 1954) dice sentirse como Tom Brady, uno de los jugadores mejor pagados de la historia del fútbol americano, que triunfó recientemente en el principal torneo de ese deporte. “Él ha disputado siete Super Bowls. Yo llevo siete nominaciones”, compara con una mezcla de sorna y orgullo. Fences, su tercer filme como realizador, acaba de llegar a las salas españolas y aspira a cuatro estatuillas, incluida la de mejor película y mejor intérprete: él mismo. Washington, cuyo trabajo como actor ha sido reconocido en dos ocasiones por la Academia estadounidense, no partía como favorito, pero su victoria sorpresa en los Premios del Sindicato de Actores le ha dado alas. Sin embargo, este hombre sonriente y esforzadamente humilde intenta mantener los pies en el suelo: “No es algo para lo que uno se pueda preparar. Simplemente debes esperar y decirte: ‘Ya veremos’. He estado suficientes veces en ese lugar para saberlo”.

La cita es en un lujoso hotel londinense, situado sobre los diques que los británicos de hace un par de siglos erigieron para ganar terreno al Támesis. Washing­ton aparece vestido de negro y calzando zapatillas de diseñador. Se presenta con deferencia y se instala en una chaise longue de aspecto incómodo, sentándose en ella como si fuera un banquillo deportivo. Y, pese a sus risotadas y su carisma, durante la entrevista se muestra escurridizo. Él ha venido a vender su película.

Washington ha adaptado una obra teatral de August Wilson, celebrado cronista del destino de los descendientes de esclavos durante el siglo XX. La película parece sacada de una foto en color de Saul Leiter. Los mismos tonos desgastados. Las mismas paredes de ladrillo. Un destello idéntico del sol. En medio de ese paisaje, ­Washington coloca a Troy Maxson, una antigua estrella del béisbol que, habiendo superado el ecuador de su vida, se dedica a recoger la basura en el Pittsburgh de los cincuenta.

Troy, un entrañable fanfarrón, considera que ser negro le impidió hacer carrera en el deporte. Su mujer, en cambio, opina que fue solo por ser “demasiado viejo”. Su cóctel de frustraciones y su sobreactuada integridad moral le hacen tratar a sus hijos con una severidad militar, pese a que el hombre esté muy lejos de ser un ejemplo. El giro llega a media película, cuando confiesa un secreto a su sufrida esposa, Rose, a quien encarna Viola Davis, también oscarizable esta noche. Los dos, Washington y Davis, retoman los papeles con los que ya triunfaron en Broadway en una adaptación teatral de 2010.

“la gente estÁ FRUSTRADA, SIENTE QUE NO ENCAJA. TRAS LA ERA INDUSTRIAL, HA LLEGADO ALGUIEN QUE LES DICE LO QUE QUIEREN OÍR”, OPINA SOBRE TRUMP.

Fences, sin música ni artificios, se construye sobre una larga serie de monólogos que el director rueda con la cámara pegada al rostro de los actores. La mayor parte de la acción, si es que uno puede llamarla así, transcurre en el patio trasero de una casa. Y, pese a todo, el resultado es apasionante. “El primer trago puede ser un poco fuerte, lo sé”, espeta Washington. “Es cierto que hay mucho texto, pero también mucha verdad. Muchas cosas en las que reconocerse. Habla de la experiencia de los afroamericanos, pero cualquiera puede identificarse con ella. Quizá tu padre haya sido como Troy. Tu podrías ser más bien su hijo…”, aventura. Fences es un exotismo total en la cartelera actual: un drama a la antigua que habla de conceptos trasnochados como el vicio y la virtud, género en vías de extinción en un Hollywood controlado por sagas galácticas y superhéroes. Washington sonríe de soslayo. “Una observación interesante…”, asiente sin más.

La película encaja a la perfección en su filmografía. Ha tocado todos los palos, géneros y estilos, pero las cuestiones morales abundan en los proyectos que elige. Los papeles que le reportaron la fama en los ochenta, como Tiempos de gloria y Grita libertad, se inspiraban en personajes históricos que lucharon, respectivamente, contra el esclavismo y el apartheid. Hombres que se saltaron los códigos imperantes en nombre de un ideal de justicia. Incluso sus personajes menos defendibles parecen buscar su expiación. Y, cuando se desvían de la norma moral, terminan dirigiéndose hacia el buen camino. El abogado homófobo de Philadelphia (1993) aceptaba representar a un enfermo de sida sometido a un despido improcedente. El piloto cocainómano de El vuelo (Flight, 2012) terminaba pidiendo ayuda a Dios y confesando en público sus pecados. E incluso el policía corrupto de Día de entrenamiento (2001) recibía un castigo a la altura de su transgresión moral: una ejecución sumaria a manos de la mafia rusa.

El actor en la película \'Philadelphia\' (1993) y en \'Malcolm X\' (1992).

Como ciertos actores del Hollywood clásico –citamos a James Stewart y a Gary Cooper–, Washington no solo actúa. También encarna valores. El interesado no parece convencido por la teoría. “Yo no firmé esos guiones. Estaban escritos así”, protesta educadamente. ¿No puede ser que responda inconscientemente a este tipo de preocupaciones? “Entiendo lo que dice. Quizá tenga que ver conmigo”, admite. “Diría que mis personajes van todo lo lejos que pueden. El tipo de Philadelphia no terminaba liderando una marcha de gais y lesbianas. Pero era capaz de tocarle la cara al personaje de Tom Hanks”, razona.

El final de Fences, sin entrar en detalles, también tiene un marcado subtexto religioso. “Más bien espiritual”, corrige Washington. “En mi humilde opinión, la religión consiste en decir: ‘Yo tengo razón y tú no. Mi creencia sirve y la tuya no. Te voy a tener que matar porque no crees en lo que yo creo’. La espiritualidad, en cambio, es algo que nos une. Una manera de decir que, en el fondo, todos somos creyentes. Lo que digo en la pelícu­­la es que hay que mirar hacia la luz. Pero no que esa luz sea cristiana, musulmana o judía. Solo pido que se mire más hacia arriba, en lugar de mirar hacia abajo”.

¿Cómo lo consigue él? “A través del rezo y la meditación. Empiezo cada día leyendo un pasaje de la Biblia para comenzar la jornada con algo positivo”. Ante la pregunta sobre lo que ha leído esta mañana, cita algunas frases de tema impreciso. Su biografía proporciona algún dato adicional. El actor, de 62 años, lleva más de tres décadas casado con la misma mujer, la actriz Pauletta Pearson, con quien ha tenido cuatro hijos. Su padre fue un pastor pentecostalista. Un hombre del campo sin estudios, a cargo de una iglesia en Mount Vernon, suburbio en la frontera con el Bronx neoyorquino, donde también crecieron Nina Simone y Sidney Poitier, a quien considera un mentor. Su madre creció en Harlem y regentó un salón de belleza. Cuando su progenitor le propuso colocarle en la compañía que suministraba el agua en la ciudad, donde él trabajaba, su madre le cortó a media frase: “Mi hijo va a ir a la universidad”. Ahorró lo suficiente para mandarlo a una escuela privada y alejarlo de las calles. Sus tres mejores amigos acabaron en centros penitenciarios. Denzel terminó en Fordham, la universidad católica donde estudiaron Don DeLillo, Lana del Rey y… Donald Trump.

Washington en la película \'Huracán Carter\' (1999) y en \'American Gangster\' (2007).

Una vez, en el salón de belleza de su madre, una clienta quiso adivinarle el futuro. “Viajarás por el mundo y predicarás ante millones de personas”, le auguró. “Eso fue en marzo de 1975. Cinco meses más tarde, empecé a trabajar como actor”, recuerda Washington. En su opinión, esa vieja excéntrica no se equivocó. “Estoy en Londres con un tipo venido de España hablando sobre la fe”. ¿El cine ha sido su púlpito? Le parece una tesis excesiva. “No escojo mis papeles a partir de mi fe. No quiero ver el mundo solo a través de mis ojos. Esa sería una visión estrecha”, contesta. “En realidad, siempre eres tú el que va hacia el papel, y no al revés. No puedes trasladar tu agenda personal a cada personaje. Pero, por supuesto, soy yo quien los interpreta, y cada uno lleva consigo una perspectiva determinada”. Reconoce, por ejemplo, haber rechazado algún papel por resultarle demasiado oscuro. “Dije que no a Seven [thriller de David Fincher sobre un psicópata obsesionado por los siete pecados capitales]. Fue un error. No digo que lo rechazara por mis creencias religiosas, pero lo encontré excesivo para mi gusto. Luego, cuando vi la película, me dije que tampoco lo era tanto. Debería haberme sentado con el director antes de decir que no”, lamenta.

De la cocina de los Maxson cuelga un retrato de Jesucristo. Al final de la película, ya en los sesenta, se le suman dos estampas más: John F. Kennedy y Martin L. King, mártires de un cambio abortado en un país aficionado a dar un paso adelante y ocho atrás. “No murieron en balde. Se sacrificaron para que pudiéramos vivir con más esperanza”, quiere creer Washington, que tenía 10 años cuando murió JFK y recuerda a “profesores llorando en el colegio y gente caminando como zombis por el pasillo”. Así llegamos, inevitablemente, a Trump. Le preguntamos por el terremoto que acaba de vivir Estados Unidos. Si siente ira, miedo, indiferencia… “La ira no sirve para nada. La pregunta es qué vamos a hacer ahora”, responde.

Denzel Washington en la recién estrenada 'Fences'.

El posicionamiento político de Washington intriga. Cuando uno escribe su nombre en Google, el buscador propone autocompletarlo con estas palabras: “Por quién votó”. El actor se define como independiente. Cada cuatro años, al llegar la cita con las urnas, sopesa cuál es la mejor opción y vota sin dogmatismos. En 2008 lo hizo por Barack Obama y luego asistió a su toma de posesión, pero no así en 2012. En las últimas elecciones estado­unidenses, el cineasta fue víctima de un bulo, una de las muchas fake news que salpicaron la campaña. El titular decía: “Denzel Washington apoya a Trump y disgusta a Hollywood”. El actor lo desmintió y respondió con un alegato contra esa deriva de algunos medios. “Si no lees el periódico, estás desinformado. Si lo haces, estás mal informado”, vino a decir.

Pese a todo, parece evitar mojarse sobre el fondo de la cuestión: su opinión sobre el nuevo líder del mundo libre. “Cuando rodábamos en Pittsburgh, vi coches sin chófer y grafitis que decían: Murder Google. La gente está frustrada, siente que ya no encaja. La era industrial ha terminado. Ahora ha llegado alguien que les dice lo que quieren oír. Ellos solo quieren un trabajo”. ¿Entiende a quienes votaron por Trump? “Lo que entiendo es la frustración. Existe una generación o dos en esa brecha. El otro día veía a una familia pobre de Kentucky en la CNN. Un tipo en el paro decía que le daba igual quién fuera el presidente. Lo que le importaba es que le habían prometido trabajos. [Trump] les ha dicho que va a conseguirlos. Ahora veremos si es verdad”, contesta.

¿Se alinea entonces con estrellas como Nicole Kidman o Matthew McConaughey, que han instado a apoyar al presidente en nombre de la unidad nacional? “Le diré lo que pienso”, afirma enérgicamente. “Como estado­unidenses, tenemos que poner bajo presión a nuestros cargos electos para que trabajen juntos. Cuando no lo hacen, el único perjudicado es el pueblo. En especial, aquellos que tienen menos. A algunos no les va a gustar cómo hace las cosas, claro. Yo tampoco estoy de acuerdo con todo lo que está haciendo”. ¿Y con qué sí está de acuerdo? Su publicista ha entrado en la habitación para advertir que el tiempo ha terminado. “¡Es que no puedo seguirle el ritmo! ¿Te refieres solo a lo que ha hecho esta mañana? Porque seguramente esta tarde ya haya ­cambiado todo…”, responde, escabulléndose tras la mejor de sus sonrisas.

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Sobre la firma

Álex Vicente
Es periodista cultural. Forma parte del equipo de Babelia desde 2020.

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