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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Hacia la Luna, ¿otra vez?

En comparación con el desafío de Kennedy hace más de medio siglo, la decisión de Trump de volver a la Luna adolece de visión y objetivos

Los astronautas Peggy Whitson y Buzz Aldrin Former escuchan el anuncio de Trump ayer. En vídeo, los discursos de Kennedy y Trump anunciando el envío de astronautas a la Luna.Vídeo: SAUL LOEB (AFP) / EPV
Rafael Clemente

Se dice que a mediados de julio de 1969, justo cuando el Apollo 11 despegaba rumbo a la Luna, un ingeniero empleado en el Centro Kennedy de la NASA recorría los aparcamientos de los moteles de la zona dejando copias de su curriculum en los parabrisas de los coches aparcados, presumiblemente, pertenecientes a directivos de empresas que habían contribuido al éxito del programa lunar.

No iba desencaminado. De las 10 misiones previstas a la Luna, en enero de 1970 se canceló una; en septiembre, dos más. En menos de un año, el empleo en el centro espacial había caído más de un 30%. Y cifras similares entre los principales contratistas del programa. Cumplido el objetivo de llegar a la Luna que había fijado Kennedy, Nixon, su eterno rival, no veía motivo para continuar el programa.

En su lugar, Nixon anunció que en el futuro, la política espacial de Estados Unidos se centraría más en misiones en órbita baja; para ello se utilizaría una nave de nuevo diseño: el transbordador espacial.

Cuando contempló el despegue del último Apolo, el 17, Nixon comentó que probablemente esas serían las últimas pisadas en la Luna en lo que quedaba de siglo. Su predicción sería profética

Los sucesores de Nixon, Ford y Carter, dieron muy poco impulso a la exploración espacial, reduciendo progresivamente las asignaciones a la NASA. Sería Reagan quien volviera a darle cierto impulso, con un incremento del 30% sobre unas cifras que ya habían casi tocado fondo. El desarrollo y lanzamientos de los shuttles se habían comido buena parte del presupuesto. Y, para colmo, los anunciados ahorros en cada lanzamiento no se veían por ninguna parte. Pero lo peor fue el desastre del Challenger, que hizo que muchos empezaran a plantearse si aquel nuevo vehículo, tan sofisticado como caro, ni sería también un medio de viaje poco seguro.

Por el momento, los planes concretos tendrán que esperar al menos un mes, hasta que un comité redacte el correspondiente programa y los pasos a dar. Otro más

Bush padre dio un nuevo empujón financiero a la NASA pero sin marcar nuevos objetivos, aparte de continuar con las operaciones orbitales; y bajo la administración Clinton empezó a construirse la Estación Orbital Internacional, que muchos consideran el verdadero “elefante blanco” de la NASA. Consumió tantos recursos que dejó huérfanos a muchos otros proyectos, sobre todo en el terreno de las sondas automáticas. Y la Luna seguía siendo poco más que una vaga referencia en los discursos.

A poco de tomar posesión George Bush, ocurrió el segundo accidente en el programa del transbordador: El Columbia se perdió durante la reentrada, con toda su tripulación. Aquí ya hubo dudas: los shuttles se consideraron naves peligrosas cuyo uso se limitaría a los compromisos ya adquiridos para terminar de construir la Estación Espacial. Luego se retirarían para ser remplazados por el nuevo sueño del presidente: SU “Visión para la Exploración Espacial”

El nuevo programa, anunciado a bombo y platillo bajo el nombre de Constellation, preveía la construcción de la nueva nave lunar Orión, apta para llevar astronautas a distancias translunares, quizás hasta ir al encuentro con algún asteroide próximo o incluso a Marte. Además, un nuevo sistema de aterrizaje (“Altair”) permitiría regresar a la Luna, esta vez para estancias prolongadas, hacia 2020. Y como propulsores, se desarrollarían dos nuevos cohetes: Aries 1 y Aries 5” Ya solo esos números tenían resonancias de lejano programa Apolo.

Solo voló un Aries 1, en 2009. Y el Aries 5, un supercohete comparable a los Saturno 5 lunares nunca llegó a construirse. Obama optó por revisar todo el programa Constellation, es decir, cancelarlo sin contemplaciones. En su lugar, prometió 6.000 millones de dólares para desarrollar otro cohete de gran potencia, el Space Launch System, que todavía seguía hasta ahora en fase de desarrollo y construcción del primer prototipo.

Con el shuttle retirado, Obama optó seguir contratando cápsulas rusas para que los astronautas de la NASA pudieran acceder a la Estación Espacial. Por lo menos hasta que otras alternativas – esta vez dejadas a cargo de la iniciativa privada- pudieran tomar el relevo. En el futuro, quizás fuera posible enviar la misión tripulada a un asteroide hacia 2025. Y Marte quizás –solo quizás- para 2030.

La iniciativa de Trump

Ahora, el presidente Trump acaba de anunciar la resurrección del Consejo Nacional del Espacio, esta vez bajo la dirección del vicepresidente Pence, como lo estuvo bajo Johnson en la época de Kennedy. Por el momento, la orden ejecutiva que acaba de firmarse instruye a la NASA para recuperar el liderazgo espacial y emprender nuevas misiones más allá de la órbita terrestre. Pero por el momento, los planes concretos tendrán que esperar al menos un mes, hasta que un comité redacte el correspondiente programa y los pasos a dar. Otro más.

Quizá la iniciativa suponga el retorno de astronautas americanos a la Luna. Esta vez, no solo para “dejar banderas y huellas”, sino para estancias más extensas. Pero, en comparación con el desafío de Kennedy hace más de medio siglo, esta vez también se echan en falta los tres factores que marcaron aquel compromiso: un objetivo claro (“llevar un hombre a la Luna y traerlo de regreso”), un plazo (“antes del fin del decenio”) y unos medios (“si no se está dispuesto a llevarlo a sus últimas consecuencias, será mejor no intentarlo”).

Es significativo que en la ceremonia de la firma, Trump se haya rodeado de varios astronautas, incluido Jack Smith, el geólogo que voló en el último Apolo, hace ahora 45 años. Trump le ha mencionado y saludado efusivamente ante las cámaras. Tras el presidente estaba otro astronauta con cara de circunstancias: Buzz Aldrin, quien acompañó a Armstrong en el primer alunizaje. Aldrin, una leyenda por sí solo, había apoyado el programa de Obama. Trump ni siquiera lo mencionó.

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Sobre la firma

Rafael Clemente
Es ingeniero y apasionado de la divulgación científica. Especializado en temas de astronomía y exploración del cosmos, ha tenido la suerte de vivir la carrera espacial desde los tiempos del “Sputnik”. Fue fundador del Museu de la Ciència de Barcelona (hoy CosmoCaixa) y autor de cuatro libros sobre satélites artificiales y el programa Apolo.

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