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Perfil

Cornelia Funke, la 'bestseller' de la literatura fantástica juvenil

Cornelia Funke, en el jardín de su residencia californiana.
Pablo Ximénez de Sandoval

DESPUÉS DE una época en la que quiso ser astronauta, el sueño infantil de la escritora Cornelia Funke era dejar el paisaje de su Westfalia natal para irse a vivir con los nativos americanos. Ahora, a los 58 años, se acaba de mudar definitivamente a California (EE UU), el lugar del que se enamoró durante la promoción de sus libros. Se ha comprado un terreno en las montañas de Santa Mónica en el que piensa montar un taller donde invitar a artistas a pasar temporadas en contacto con la naturaleza. Mientras tanto, se ha instalado durante un año en una casa de los años sesenta en Malibú, con vistas al mar y una luz indescriptible, en la que se celebra la entrevista. “Soy muy estricta con las fotos, la conversación es más importante”, advierte. Luego tendrá una paciencia infinita con el fotógrafo.

Cornelia Funke (Dorsten, Alemania, 1958) es autora de algunas de las novelas fantásticas más destacadas de este siglo. Tras hacerse conocida en su país en los años noventa, se ha convertido en una autoridad de fama mundial en literatura infantil y juvenil gracias a Corazón de tinta (publicada en España en 2004, primera de una trilogía) y la serie ­Reckless (tres entregas traducidas a más de 12 idiomas y publicadas entre 2010 y 2015). El próximo 29 de marzo, la editorial Siruela lanza al mercado español su nueva obra, La pluma del grifo, secuela de uno de sus libros más famosos: El jinete del dragón (Siruela, 2002). “Cuando lo escribí ya me pidieron una segunda parte”, explica. “Hace dos años empecé a trabajar con artistas de Los Ángeles en un proyecto digital basado en esa obra y sentí hambre de esos personajes de nuevo. Me puse a escribir y fue muy fácil”.

Los paisajes, tan importantes en su obra, llenarán una buena parte de la conversación, mantenida mientras se pone el sol sobre el Pacífico. El nuevo libro lleva a los lectores a Noruega, Turquía e Indonesia. La literatura fantástica, especialmente desde el fenómeno de Harry Potter y el revivir cinematográfico de El señor de los anillos, parece estar marcada por una estética inglesa que mezcla lo medieval con lo gótico y lo vikingo. Un escenario en el que es fácil que los magos y los dragones resulten verosímiles. Pero no es así en la literatura de Funke.

“Yo miro el mapa y pienso en sitios a los que he ido. Y me pregunto dónde se pueden esconder los grifos. Me gusta escribir fantasía de una manera que refleje la realidad. Mis libros fantásticos son mi canción de amor a este mundo. Hay 17.000 islas en Indonesia. ¿Y si hubiera una donde pudieran habitar los grifos? Busqué un sitio en el que su existencia fuera posible”.

Mesa de trabajo del estudio de pintura de Funke en su casa.

La reflexión es más amplia, tiene que ver con llevar a los niños, a través de la fantasía, a lugares que a ella le han impresionado como adulta. “Tengo muy claro que como europea mis paisajes son humanos. Es un continente en el que no encuentras muchas zonas que no hayan sido alteradas por la civilización. Nuestros paisajes son culturales, les hemos dado forma nosotros. Los primeros parajes salvajes que vi fueron en Nueva Zelanda y América. Al verlos te das cuenta de que así es como una vez fue el mundo. En mis libros del dragón quiero llevar a los niños a esos lugares. Mucha gente cree que escribes fantasía para escapar de este mundo, pero es al revés”.

Su paisaje de niña era el de West­falia: una mezcla de vida rural centroeuropea con fábricas. “Mi entorno habitual era un prado con vacas y detrás una gigantesca mina o una planta química. Leí mucha fantasía, pero también los cuentos de los hermanos Grimm, como cualquier muchacho alemán de entonces. Vi muchas aventuras en la tele, estaba obsesionada con Star Trek”. Su formación infantil fue “una mezcla de la cultura alemana con la estadounidense de los años sesenta”.

Antes de cumplir los 20 se hizo trabajadora social para llevar la contraria a sus padres. “Quería cambiar el mundo. Trabajé con niños en Hamburgo, pero me di cuenta de que siempre estaba dibujando con ellos y contando historias, así que la narración acabó abriéndose paso. Empecé a estudiar ilustración mientras trabajaba. En un momento dado me hice ilustradora a tiempo completo”. Tenía 28 años cuando empezó a escribir todo lo que quería dibujar, a transformar las imágenes en palabras. Redactó tres libros. “Decidí que era mucho mejor escritora que dibujante. Todavía ilustro mis libros, pero ya no lo veo como un deber”.

Cornelia Funke sumó su nombre a la primera fila de la literatura fantástica junto a J. K. Rowling o Philip Pullman. Una literatura que siempre ha estado ahí, aunque quizá Alemania no era un lugar fácil para dedicarse a ella. “Mira La historia interminable. Michael Ende lo pasó mal porque en ese momento [el libro fue publicado en 1979] nadie en el país quería que se escribiera fantasía. Los alemanes tienen miedo de sus mitos y sus cuentos de hadas porque los utilizaron los fascistas. Es interesante. Éramos escritores de literatura fantástica en el siglo XIX. Estaban los poetas románticos y los hermanos Grimm. Pero cuando llegaron los fascistas se apropiaron de todos los mitos. Como consecuencia, los alemanes se volvieron recelosos de su propia fantasía. En España no pasó algo así porque nunca se apoderaron de ello. En Alemania, durante mucho tiempo no estuvo bien visto escribir este tipo de literatura. Todo tenía que ser realismo social”. Ende, un fenómeno mundial en los setenta y ochenta, “volvió a las tradiciones alemanas”. “Pero ni siquiera ahora hay mucha literatura fantástica en Alemania. No es como en Reino Unido o Estados Unidos, países con mucha tradición, o como en América Latina, que tiene el realismo mágico”.

Funke se rebela contra la idea de que este tipo de literatura sea considerada escapista. “Los niños se dan cuenta de lo loco y fantástico que es el mundo, y estas historias les llevan a las grandes preguntas: la muerte, el valor, la amistad, todo aquello de lo que tan fácilmente nos escondemos los adultos. Ellos aún reclaman respuestas”.

“las historias fantásticas llevan a los niños a las grandes preguntas: la muerte, el valor, la amistad”.

Sobre la mesa de la cocina reposan los borradores de La pluma del grifo y también dos cuadernos con El laberinto del fauno. “Guillermo del Toro me ha pedido que convierta la película en una novela. Le acabo de mandar el borrador”. Funke confiesa que se trata de su largometraje favorito. “Expresa los horrores de la realidad con los medios de la fantasía”. De sus colaboraciones recientes, la mayoría ha sido con artistas españoles o latinos, como el cineasta y animador Raúl García, que utilizó la asombrosa voz didáctica de Funke para un personaje de su pe­­lícula Extraordinary Tales.

“Tengo dos almas como escritora”, contesta cuando se le pregunta por sus referencias. “Una es Camelot, de T. H. White, sobre el rey Arturo. La otra es Al este del edén, de John Steinbeck, una obra muy realista pero que trata sobre la vida y la muerte. Me encanta Tom Sawyer, era el libro con el que estaba obsesionada de pequeña. Lo leí cien veces al tiempo que leía novelas de aventuras. Esos son los libros que me enseñaron que el mundo era más grande que mi pueblo”.

Espacio de trabajo de la novelista.

En Los Ángeles, Funke ha explorado varias facetas artísticas más allá de los libros. Tiene un estudio de pintura en el que hay un retrato del pintor impresionista francés Edgar Degas hecho por ella. Con un director de videoclips que conoció en una fiesta ha desarrollado, financiándola ella misma, una aplicación para contar historias en la que el iPad es un espejo que atraviesas para entrar en un mundo de fantasía. “No voy a recuperar la inversión porque las apps no dan dinero, pero me aportó mucho como artista”.

El trabajo con el iPad da pie a reflexionar sobre esta generación de niños lectores. Los clientes de la fantasía de Funke y Rowling no viven en el mismo mundo que los de Tolkien o Ende. Ahora están rodeados de pantallas. La competencia por la atención de los niños es brutal. Funke conoce bien a su público y afirma que “para nada” hay desinterés por la lectura. “Hay millones de lectores apasionados. La única diferencia que veo, y resulta interesante, es que ahora están escribiendo ellos. De pronto tienes un niño de 10 años que cuenta con una decena de historias propias. Se comunican por Internet y se animan unos a otros”.

Mesa del comedor de Cornelia Funke en su casa de Malibú (California, Estados Unidos).

“Por supuesto que todos luchamos contra nuestra fascinación por las pantallas”, opina. “Los mayores vivimos entregados a ellas y los niños nos ven constantemente con nuestros teléfonos. Debemos empezar el control por nosotros mismos. Pero, al mismo tiempo, creo que los niños reaccionan con creatividad ante las pantallas. Juegan, crean cosas visuales. Los niños me mandan dibujos o vídeos sobre mis libros porque ahora pueden hacerlo. Están elaborando su propio contenido. Son multitarea de una forma que nosotros no seríamos capaces. Tienen hambre de creación. Creo que la que viene es una generación muy interesante”.

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Sobre la firma

Pablo Ximénez de Sandoval
Es editorialista de la sección de Opinión. Trabaja en EL PAÍS desde el año 2000 y ha desarrollado su carrera en Nacional e Internacional. En 2014, inauguró la corresponsalía en Los Ángeles, California, que ocupó hasta diciembre de 2020. Es de Madrid y es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense.

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