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Lucas Vidal, el maestro del pentagrama

Guillermo Abril

LA GUARIDA madrileña de Lucas Vidal es esta sala insonorizada en el sótano del chalé donde creció. Las paredes, pintadas de color vino, resultan asfixiantes. A él le relajan. Vidal, de 31 años, es hiperactivo. Un tipo grandote y expansivo que dice a menudo “macho”, “qué cachondo”, “¡un disparate!”. Piensa, habla y actúa a toda velocidad. Y su presencia deja una huella por donde pasa. Hace un instante ha desaparecido por la puerta que conecta el estudio con la casa, para ducharse y vestirse, y en la estancia aún flotan las notas que acaba de improvisar al piano. Sobre el instrumento descansan dos premios Goya. Los ganó este año, en menos de cinco minutos: mejor canción por Palmeras en la nieve y, acto seguido, mejor banda sonora por Nadie quiere la noche. “¡Joé, qué fuerte!”, comenzó su segundo discurso. Y concluyó: “¡Yo, esta noche, al Toni 2!”. Acabó en el conocido piano bar madrileño. Tampoco recuerda demasiado: no acostumbra a beber champán. Lleva una vida rigurosa. Sobre todo en Los Ángeles. Allí se encuentra su estudio principal, a un paso de Venice Beach. Trabaja de sol a sol. En Madrid, en cambio, tiene a su gente. A Curro Sánchez, por ejemplo. Su vecino, su mejor amigo, el hijo de Paco de Lucía. De niño, el guitarrista escuchó a Lucas y dijo: “Tiene talento”.

Vidal recibió su primera lección de solfeo a los tres años. El arte forma parte del ADN familiar. Su abuelo José Manuel Vidal fundó la discográfica Hispavox y por parte de madre está la rama de la danza: sus tíos y sus primos son y han sido bailarines de prestigio. De niño, a Vidal lo llevaban a menudo al Auditorio. Al acabar, corría al backstage para pedir autógrafos. Allí, los acomodadores lo conocen “desde pequeñín; nadie venía tanto”. De mayor, incluso le dejaban pasar sin entrada. Su hermano asegura que su madre fue “muy insistente” con la música. A mediodía, los recogían del colegio y los llevaban a casa. Uno comía mientras el otro daba clase de piano. Luego cambiaban. Les gustaba trastear con cables. Microfonaban el piano. Mezclaban canciones. Y Lucas mostraba una facilidad extraordinaria. Daba igual el instrumento. Según su hermano, “en el colegio estaba muy solicitado: con los primeros móviles podías crear melodías. Era complicadísimo. Tenías que introducir notas y su duración numéricamente. Se lo pedía y le salía perfecta. Llegó a hacerlo con un móvil en cada mano”.

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Le gusta escribir música a lápiz y para componer combina el teclado midi y el piano vertical. /THOMAS CANET

Vidal es zurdo. E iba enfilado a estudiar en ICADE. Pero un verano lo enviaron al Berklee College of Music de Boston. Y descubrió la carrera de composición para cine. Aterrizó allí de nuevo a los 18 años. Se instaló en casa de su primo bailarín. Y su educación solo fue interrumpida por un cáncer del que prefiere no hablar. Se graduó cum laude. Pasó un tiempo en Nueva York y se mudó al epicentro del cine. Trabajó para España (con Jaume Balagueró y Daniel Calparsoro, entre otros) y para Hollywood: en 2013 compuso la banda sonora de Fast and Furious 6 y se convirtió en el músico más joven en participar en una superproducción.

Lucas Vidal guarda en su estudio madrileño los dos goyas que ganó este año.

Cruza el Atlántico a menudo y tiene ambos estudios conectados para trabajar desde cualquier orilla. En el de casa se despliega una doble pantalla sobre el escritorio. Se ven pistas de audio abiertas. De la mesa surge un teclado midi. Y hay un mueble con partituras, flautas y una bola de squash junto al piano de los goyas. Con las notas aún flotando en la estancia, Vidal reaparece recién duchado. Viste traje de Loewe. Esta tarde le conceden un premio al joven talento en el Auditorio. Sale de casa nervioso: allí empezó todo cuando era niño. Vuela al volante. Y cuando aparca frente a la sala aún no se ha dado cuenta de que lleva el dobladillo del pantalón enganchado en el calcetín.

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Sobre la firma

Guillermo Abril
Es corresponsal en Pekín. Previamente ha estado destinado en Bruselas, donde ha seguido la actualidad europea, y ha escrito durante más de una década reportajes de gran formato en ‘El País Semanal’, lo que le ha llevado a viajar por numerosos países y zonas de conflicto, como Siria y Libia. Es autor, entre otros, del ensayo ‘Los irrelevantes’.

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