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Kenneth Frampton: “Los rascacielos no son arquitectura, solo dinero”

Anatxu Zabalbeascoa

CON 50 AÑOS, el arquitecto británico Kenneth Frampton (Woking, In­glaterra, 1930) firmó un libro fundamental que ordenaba su disciplina. Lo curioso de su Historia crítica de la arquitectura moderna (Gustavo Gili, 1980), que continúa publicándose traducida a 11 idiomas, es que han sido las sucesivas revisiones las que han dado solidez al análisis. En la primera, este catedrático de la Universidad de Columbia, donde todavía da clase de urbanismo, acuñó un término que convulsionó la propia modernidad de su título: regionalismo crítico. Se trataba de dar voz a los avances desde otras tradiciones: la modernidad intrínseca en la arquitectura mediterránea o la modernidad orgánica –más cercana al paisaje que a la abstracción– de la escandinava. “Un libro de referencia que busca resumir que el conocimiento no se acaba nunca”, declara Frampton en el paraninfo de la Universidad Politécnica de Madrid. Todavía lleva la toga y el birrete. Acaba de ser investido doctor honoris causa, el tercer arquitecto en recibir este reconocimiento tras Félix Candela y Norman Foster.

“la historia se ha concentrado en las obras de los arquitectos. Es hora de reivindicar a muchas mujeres”.

Frampton, que lleva más de medio siglo asentado en Nueva York, señala que a veces es la vida la que cambia y obliga a corregir el contenido de un libro. Como cuando la arquitectura indagó en el deconstructivismo o como cuando ha reflejado la lógica de la sostenibilidad para no dañar el planeta. Sin embargo, admite que en otras ocasiones las enmiendas vienen motivadas por la autocrítica. “En la última revisión [que prepara para este año] no quiero presentar un mundo eurocéntrico: la arquitectura de China, India o África forma parte del planeta”.

Mezquita de Bait Ur Rouf, en Daca, Bangladés; y Casa Modernista da Rua Santa Cruz, de Gregori Warchavchik, en São Paulo.

¿Cómo decide un arquitecto abandonar su profesión para escribir su historia? “Cuando te das cuenta de que en esa historia hay muchos profesionales mejores que tú”, contesta sin rodeos. Fue Robin Middleton, editor de Thames & Hudson, quien le hizo el encargo de su vida. Recuerda que comenzó a publicarla por entregas, como las novelas del siglo XIX, porque cada capítulo aparecía en la revista World of Art.

Middleton le dio dos consejos ­fundamentales: “No necesitas una frase sobre algo que ya has dicho. Y no necesitas un adjetivo que no añada nada”. Hoy Frampton piensa que simplificar no es siempre positivo: “Mi historia necesita un lector atento. Los libros sin retórica requieren más atención”.

Kenneth Frampton, retratado en la Universidad Politécnica de Madrid tras ser investido doctor honoris causa.

Con 86 años, articula la mayor autocrítica a su libro: “Nos dejamos a una gran parte del mundo. Que no conozcas algo no quiere decir que no exista”. ¿Cómo se completa entonces una visión planetaria? ¿Cuánta distancia se necesita para escribir la historia de una disciplina? “Es necesario el convencimiento de que has visto cosas que merecen ser contadas. Y la humildad para dejar claro que lo que cuentas no es nunca la historia. Es tu historia”.

Parlamento de Daca, obra de Muzharul Islam.

El catedrático cuenta que ha procurado conocer todos los edificios de los que habla (“los que no, los he estudiado”) y admite que lo más fascinante son las casualidades. “Cuando visité al arquitecto de Bangladés Kashef Chowdhury, conocí el talento de su exmujer, Marina Tabassum. La historia de la arquitectura moderna está llena de uniones de gente con gran talento que acaban en divorcio. La atención se ha concentrado en uno solo de los lados, pero ha llegado el momento de revindicar a muchas de esas mujeres”, sostiene. Insiste en que urge prestar atención a quienes hicieron las cosas posibles, como Muzharul Islam, un arquitecto bangladesí que introdujo la modernidad en esa región de Asia. Llevó a Louis Kahn a construir el Parlamento en Daca y luego fundó allí la Escuela de Arquitectura. O Gregori Warchavchik, el emigrante ruso que llevó la modernidad a Brasil y levantó en São Paulo la primera casa moderna. Le Corbusier llegó 10 años más tarde.

Kenneth Frampton, retratado en la Universidad Politécnica de Madrid tras ser investido doctor honoris causa.

Como su propio libro, Frampton considera que la modernidad es un proyecto inacabado. “Y más un sinónimo de progreso que del despotismo del que se la ha acusado”. ¿Asistimos a la dubaización del mundo? “En Nueva York se construye un rascacielos tras otro. Y son construcciones anodinas. Irrelevantes culturalmente. Solo representan al mercado. No hay significado ni simbolismo. Se llama especulación y es la reina de nuestros días. No sé cuándo parará. Pero me niego a aceptar que eso sea una herencia del Movimiento Moderno. No es arquitectura. Es solo dinero”.

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