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“Nunca pensamos que fuera tan peligroso”

La irrupción de la policía en un colegio de Barcelona deja conmocionado al barrio

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Visto desde una habitación vacía en la segunda planta de un hotel de tres estrellas, el desalojo del colegio público Mas Casanova —situado entre el Guinardó de Juan Marsé y el hospital de Sant Pau, uno de los edificios más representativos del modernismo catalán— fue técnicamente impecable. A las dos menos cuarto de la tarde, 12 furgonetas de la UIP (los antidisturbios del Cuerpo Nacional de Policía) aparcaron en la esquina de la calle Cartagena, junto a la entrada del hotel Aristol. Solo unos minutos después, los agentes ya habían despejado la calle, forzado la cancela del colegio y hasta agrupado en un rincón del patio a los 300 vecinos que intentaban bloquear el acceso a las urnas. Hubo empujones, insultos y hasta jóvenes arrastrados por el suelo, pero que no hubiera niños ni abuelos entre medio —para esa hora ya todo el mundo sabía que las cosas se habían puesto serias— quitó tensión al operativo. Media hora después, los policías salieron del colegio con un botín de tres urnas envueltas en bolsas de basura y se montaron en sus furgonetas entre gritos de “Independencia” y otros menos académicos: “¡Hijos de puta! ¡Ya os podéis ir al barco a comer sardinas de lata!”.

Y, aun así, pese a una intervención policial de manual —rápida, efectiva, sin una gota de sangre ni imágenes de violencia para abrir los telediarios—, el aire se quedó oliendo a azufre. El barrio —gente de clase media, con el voto muy repartido— contempló desde las terrazas un espectáculo muy difícil de digerir para quienes, compartiendo o no el discurso nacionalista, habían llegado a asimilar el decorado que el Govern había construido durante meses a base de palabras hermosas —democracia, libertad—, policías recibiendo claveles y curas de la cuerda: “Ser independentista no es pecado”. Solo unos minutos después de que se marcharan los antidisturbios, el señor Ríos se reunió con sus vecinos de escalera —“40 años conviviendo, aquí nos conocemos todos”— y, recostado en la puerta del colegio, les confió: “Nunca pensé que podía vivir algo así. Os tengo que reconocer que he pasado miedo, porque mi hijo estaba dentro del patio, pero sobre todo indignación. Ya sabéis todos que no estoy de acuerdo con la forma en que se están haciendo las cosas —a veces dudo quién es más terco, si Rajoy o Puigdemont—-, pero esta forma de actuar de la policía, este desprecio por las personas, no se me olvidará nunca. Y lo que es peor”, añade señalando a los jóvenes que han regresado al patio del colegio, “a ellos tampoco”.

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El señor Ríos y sus vecinos reconocen que, entre las 300 o 400 personas que ocupaban el patio del colegio cuando la policía irrumpió, había algunos ajenos al barrio. “La mayoría era de aquí”, tercia una vecina, “pero sí es verdad que desde un par de días antes noté que algunos de los organizadores eran de fuera. Seguramente serían de la CUP o de alguna organización juvenil acostumbrada a medirse con la policía. Tal vez fueran ellos los que metieron las urnas en el colegio y los que resistieron en primera fila los empujones de la policía, pero todos los demás, la inmensa mayoría, eran jóvenes del barrio”. El señor Ríos asegura que, una situación de tensión así, puede acercar a la causa del referéndum a los más indecisos y radicalizar a los más jóvenes. “¿Se ha dado cuenta de que había jóvenes vascos?”, pregunta, “yo creo que nunca llegaremos a aquella situación, pero aunque suene a tópico, la violencia llama a la violencia y aquí en el pasado tuvimos algún conato. No hay que olvidar eso tampoco”.

En el patio del colegio público Mas Casanova, junto a jirones de un chubasquero roto, han quedado algunos juguetes utilizados en las jornadas festivas que, como en la mayoría de los colegios de Barcelona, la asociación de padres de alumnos había organizado para conjurar la prohibición del referéndum. “Ahora nos acusarán”, reconoce una madre todavía temblando, “de haber utilizado a los niños, de haberlos puestos entre nosotros y la policía. Quisimos que se contagiaran de nuestra alegría. Nunca pensamos que esto pudiera ser tan peligroso”.

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