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Rumania no pierde su fe en Europa

En un entorno regional marcado por fuertes sentimientos euroescépticos, la sociedad rumana mantiene su confianza en la UE como marco para un futuro mejor

Foto: Ciudadanos rumanos se manifiestan con banderas de la Unión Europea, en marzo en Bucarest. /Vídeo: Jaime Casal / EPV
Carlos Torralba

Resulta difícil encontrar una avenida en Bucarest en la que no ondee una bandera de la UE, la misma que destacó en las multitudinarias manifestaciones antigubernamentales que se expandieron por toda Rumania hace unos meses. En un entorno regional en el que predominan las políticas reaccionarias y nacionalistas, el Parlamento rumano es el único de Europa del Este que no cuenta con un partido euroescéptico. La sociedad rumana es la tercera que mejor valora las instituciones comunitarias, según los últimos Eurobarómetros, solo por detrás de la de Lituania y Luxemburgo. Los jóvenes, los más reacios a acudir a las urnas en los últimos comicios, son los más europeístas.

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Alexandra Dragomir y Radu Dumitrescu son dos amigos veintañeros que asistieron con entusiasmo a las manifestaciones del pasado invierno en Bucarest, en las que, pese a las gélidas temperaturas, se alcanzaron cifras de asistencia comparables a las de París en 1968 o Praga en 1989. Mientras busca las fotos en su móvil, Radu cuenta que, entre los que gritaban contra la élite política, abundaban las banderas comunitarias o carteles con We Love Europe. Los dos compañeros explican, durante una entrevista en un viaje a Bucarest financiado por el Parlamento Europeo, que están arrancando con la ayuda de unos jóvenes italianos una organización proeuropea, que pretende comunicar la importancia de que la sociedad siga abrazando los valores comunitarios. “Necesitamos que la población rumana mantenga su fe en Bruselas para poder seguir avanzando hacia una integración plena”, asegura Radu, quien estudió Ciencias Políticas y terminó muy decepcionado tras unos años de militancia en la asociación juvenil de uno de los partidos tradicionales.

Desde su entrada en la UE hace diez años, Rumania se ha transformado económica y socialmente. Con 20 millones de habitantes, el PIB del séptimo país más poblado de la UE —sexto sin contar con Reino Unido— crece por encima del 4% anual, más del doble que la media comunitaria. El desempleo no llega al 5% y el salario mínimo, pese a ser el segundo más bajo por detrás del de Bulgaria, se ha duplicado en cinco años. La inversión extranjera crece más de un 10% anual y está en las cifras más altas de toda esta década.

Radu, que luce una pulsera con las doce estrellas como único accesorio, critica que una asociación recogiera recientemente tres millones de firmas (un 15% de los adultos) a favor de una reforma constitucional que, de aprobarse, acabaría con las escasas opciones de aprobar a corto plazo el matrimonio entre parejas del mismo sexo. El joven confía en que los valores europeos impulsen la transformación hacia una sociedad más tolerante. Alexandra pone como ejemplo los progresos realizados en materia de igualdad de género desde la entrada en el club comunitario.

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Rumania está, junto a Bulgaria, fiscalizado por Bruselas a través de un mecanismo de verificación por el que la Comisión elabora informes periódicos en los que evalúa los avances en materia judicial. Alexandra destaca que lo que algunos consideran una pérdida de soberanía en favor de Bruselas, para la juventud rumana es una garantía de que su país encara un futuro más sostenible, democrático e igualitario.

Cerca de una veintena de ministros rumanos han comparecido ante los tribunales desde 2004, una cifra sin parangón en el resto de Europa. “Las corruptelas son parte intrínseca de nuestra sociedad, pero gracias a la UE la impunidad ya no lo es”, destaca en su despacho Marius Deaconu, un historiador recién licenciado que preside el principal sindicato de estudiantes rumano. “Adherirnos a la UE fue lo mejor que ha ocurrido en el país desde su creación en 1881”, afirma Marius. “Las oportunidades laborales se han multiplicado en los últimos años. Incluso se puede aspirar a salarios muy altos en sectores como la ingeniería informática, aunque estas mejoras todavía no se han extendido a las zonas rurales”, asegura.

Muchos estudiantes han tenido su primera oportunidad de salir al extranjero gracias a programas financiados con fondos europeos. Alexandra sostiene que “la mayoría de los que estudian fuera vuelven con pasión europeísta”. Marius, como representante estudiantil, incide en la necesidad de seguir armonizando los salarios mínimos para evitar que siga habiendo “una fuga de cerebros rumanos hacia Francia o España, principalmente en sectores como la medicina”.

Un niño mira a través de un agujero de una bandera europea, en febrero en Bucarest.
Un niño mira a través de un agujero de una bandera europea, en febrero en Bucarest.ANDREI PUNGOVSCHI (AFP)

El miedo a que el euroescepticismo se propagase sin freno tras la votación del Brexit se evapora. Los europeos depositan una confianza mayor en las instituciones comunitarias que en los entes políticos nacionales. Tras dejar atrás varias crisis de diversa índole y coincidiendo con la irrupción de la retórica desacomplejadamente europeísta de Emmanuel Macron, la población de socios clásicos de la UE —como Francia, Alemania, Holanda o Dinamarca— afronta el proyecto común con una mentalidad renovada. En los principales miembros de Europa del Este —como Polonia, Hungría o República Checa— esa tendencia se ve frenada por la actitud reaccionaria de sus gobernantes. Rumania es la excepción.

“Nos sentimos ya más europeos que rumanos”, asegura con énfasis Constantin Dedu, un treintañero que preside una ONG que organiza proyectos en los que participan voluntarios de toda Europa. Constantin explica que las afinidades históricas y culturales con Europa Occidental hacen que el nacionalismo cale mucho menos en Rumania que entre sus vecinos orientales.

La entrada en la UE “fue el mayor acelerador de nuestra historia, y el bálsamo indispensable para terminar de cicatrizar las heridas del comunismo”, comenta Mircea Geoana, expresidente del Senado y exministro de Exteriores. El político y diplomático de 59 años, que perdió las elecciones presidenciales de 2009 por 50.000 votos, aboga por avanzar hacia una UE más soberana, más unida y más democrática, y defiende la necesidad de crear una fuerza de intervención y un presupuesto de defensa común. “O remamos todos juntos, o acabaremos a expensas de Estados Unidos y China”, opina.

Recelo de la UE de dos velocidades

El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, defendió hace un par de semanas en su discurso del estado de la Unión en Estrasburgo que los Veintisiete formen parte del euro y de Schengen en 2019, cuando se materialice el divorcio británico. La población y la clase política rumana acogieron con entusiasmo la propuesta del luxemburgués.
El presidente del Eurogrupo, el holandés Jeroen Dijsselbloem enfrió los ánimos al mostrarse dispuesto a ampliar la eurozona pero “de forma gradual” y una vez se cumpla con los requisitos.
En Bucarest tienen clara su apuesta por una mayor integración y rechazan la idea de una Europa a varias velocidades. Sin embargo, son conscientes de que su adhesión a la moneda única, o a Schengen —el acuerdo para la supresión de fronteras interiores del que no forman parte junto a Bulgaria, Irlanda, Croacia y Chipre— va a provocar recelos. Rumania es, tras Finlandia, el país de la UE con un mayor número de kilómetros frontera exterior, casi 2.000.

Sobre la firma

Carlos Torralba
Es redactor de la sección de Internacional desde 2016. Se ocupa de la cobertura de los países nórdicos y bálticos y también escribe sobre asuntos de defensa. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Valencia y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS.

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