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Los diez mandamientos de Maria Callas

Cuarenta años después de su muerte, la diva sigue siendo una figura vigente, contemporánea, arrebatadora

Maria Callas en una actuación en el Teatro de los Campos Elíseos de París el 7 de diciembre de 1973.Vídeo: The Granger Collection, New York (Cordon Press) / EPV

Maria Callas (1923-1977) era un animal escénico. Quiere decirse que limitarse a escucharla restringe el fenómeno arrebatador que representó ella misma sobre la tarima, aunque semejante evidencia no contradice que sus grabaciones, en vivo y en estudio, constituyan una experiencia dionisiaca y un hito cultural que sobrevuelan el 40 aniversario de su muerte. Estos son sus diez mandamientos. O, al menos, diez de ellos, pues la versatilidad de Maria Callas explica el apodo de la “absoluta” y justifica una trayectoria descomunal.

1."Tosca", de Puccini (Warner Classics)

No es solo un hito artístico de Maria Callas, sino una de las grabaciones fundamentales de la historia de la fonografía. Mérito de la soprano y de su identificación casi existencial con la protagonista, pero también de la atmósfera sonora que crea el maestro Victor de Sabata; del mefistofélico Scarpia de Tito Gobbi; y de la plenitud de Giuseppe di Stefano en el papel de Cavaradossi.

2. "Norma", de Bellini (Warner Classics)

La recuperación y la reputación de esta ópera hubiera sido inconcebible sin la mediación de Maria Callas, menos apolínea y académica que las sopranos puramente belcantistas, pero mucho más desgarradora y emotiva. Su “Casta diva” sublima una grabación en la que Mario Filippeschi expone su valentía, su clase y su personalidad, meciéndose en la batuta de Tullio Serafin en el foso magmático de la Scala.

3. "La Traviata", de Verdi (Warner Classics)

La grabación de Giulini en la Scala no es en estudio, pero se contagia, se “intoxica”, en el mejor sentido, de las funciones escénicas que Maria Callas concibió bajo la dirección de Luchino Visconti, llevando a extremos sobrecogedores la pasión y muerte de Violetta Valéry. Se puso celoso Di Stefano, pero es que Maria Callas parecía morir de verdad sobre la tarima. Y lo sigue pareciendo en el disco.

4." La Traviata" (II), de Verdi (Warner Classics)

La razón de recomendar por segunda vez la ópera de Verdi consiste en rescatar la versión en vivo que la diva interpretó en Lisboa en 1958. No ya porque traslada 60 años después la tensión, la pasión acumuladas durante la función, y la consecuente ceremonia de comunión con el público, sino además porque el papel de Alfredo correspondía a un homónimo y joven tenor canario de apellido germano y de prometedoras expectativas. Se llamaba... Alfredo Kraus.

5. "La Vestale", de Spontini (Warner Classics)

Maria Callas fue una cantante omnívora, omnímoda, omnipotente. Y se convirtió en una Indiana Jones de la ópera gracias a los descubrimientos, resurrecciones y e hitos musicológicos que sirvieron de argumento para exhumar un repertorio no muerto pero sí cateléptico. Una buena demostración de semejante compromiso consiste en su apabullante “trabajo” como vestal de la “La Vestale”. Franco Corelli resiste, otra vez, las embestidas de la “monstrua”.

6. "Lucia de Lammermoor", de Donizzeti (EMI Classics)

No es cierto que Callas fuera camaleónica. Más bien sucedía que cada personaje encontraba un punto de encuentro con su personalidad, su alma. Y ese extraño vínculo, parecido al de Marlon Brando en el cine o al de Gould en el piano, contribuía a la sensación de que la Callas estaba experimentando realmente lo que cantaba. No es una excepción el aria de la locura con que finaliza esta grabación de “Lucia di Lammermoor”. Y sí es una locura, una cosa de locos, el disco mismo, entro otros motivos por el ménage à trois que se concede con el fabuloso Di Stefano y el prodigioso Gobbi.

7. "Medea", de Cherubini (Warner Classics)

Se diría que la Medea de Callas rebasa todos los límites del fenómeno canoro. Cantar, canta. Y lo hace con todo su poder seductor, magnético y telúrico, pero la soprano griega es aquí particularmente griega, como si estuviera no cantando la opera de Cherubino, sino recitando la obra teatral de Eurípides. Pesan las palabras. Y se percibe una impresionante hondura dramatúrgica, más o menos como si la Callas fuera a hacérsenos corpórea. Qué barbaridad.

8. "Carmen", de Bizet (Warner Classics)

Erotismo, sensualidad, fatalidad. Maria Callas destripa a la protagonista de la ópera de Bizet y se descara en el repertorio francés, aunque no lo cultivó demasiado (Massenet, Gounod y Berlioz). Fue la divina diva una cantante bastante promiscua con los tenores en sentido artístico, pese a la debilidad hacia Di Stefano. Aquí lo demuestra rivalizando con el sueco Nicolai Gedda y ateniéndose a la tensión teatral y al esmero cromático que proporciona la memorable versión de Georges Prêtre.

9. "Macbeth", de Verdi (EMI Classics)

 Puede que Giuseppe Verdi proporcionara a Maria Callas la columna vertebral de su carrera. Y que la personalidad de la “metasoprano” alcanzara a romper las distinciones al uso entre los papeles líricos y los dramáticos. De estos últimos proviene Lady Macbeth, cima de la ejecutoria de Maria Callas en cuanto el papel predispone otra vez un viaje al abismo. Conmueve la cantante. Duele. Y lo hace inmejorablemente arropada por Victor de Sabata.

10. “El Barbero de Sevilla”, de Rossini (Warner Classics)

Cerebral e instintiva a la vez, Maria Callas perseveró en los papeles dramáticos y hasta tremendistas, pero también supo reír, especialmente con el repertorio de Rossini. Un buen ejemplo es el “Barbero” que grabó a las órdenes del maestro Galliera en 1957. Ágil, virtuosa, sensual, entrañable, la Rosina de Maria Callas es su mejor imagen feliz y la que rebasa los tópicos fatalistas.

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