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La falsa normalidad, ahora en mitin

El soberanismo arranca su campaña electoral del referéndum como si nada fuera en serio, salvo lo suyo

Exterior del Tarraco Arena antes del acto de inicio de campaña del referéndum. En vídeo, Carles Puigdemont y Oriol Junqueras.Foto: atlas | Vídeo: JOSÉ LAGO
Íñigo Domínguez

En el mundo de realidades paralelas que se ha creado en Cataluña, la del independentismo le dio ayer mayor consistencia, apariencia de normalidad, al poner el primer pie en la calle, que es donde al fin y al cabo se jugará el partido y las cosas se pondrán raras. Hasta ahora los secesionistas han enfatizado lo de ir a lo suyo, que aquí no pasa nada, en Internet, en anuncios en TV3, sobre muros y autobuses, en el metro de Barcelona. Podían llover querellas y advertencias, pero nada indicaba que se alterara el guion previsto. Ya pasó el 9-N, mucho ruido, y al final se votó. Ayer arrancaron la campaña en Tarragona y apareció gente de carne y hueso. Desde una hora antes del acto, a las ocho de la tarde en la antigua plaza de toros cubierta de la ciudad, ahora llamada Tarraco Arena, cientos de personas de todas las edades hacían cola en un ambiente festivo. Aclamaban a Gabriel Rufián que se encaminaba pimpante hacia la puerta de autoridades. Se quedaron largas filas en la calle.

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Era algo extraño, y cada vez lo será más, un mitin prohibido que se celebra de todos modos para un referéndum ilegal que no se sabe si se va a celebrar. Como decía la presentación del protagonista de El Coche Fantástico, un hombre que no existe en un mundo que sí existe pero que está fatal o nadie ha visto o algo parecido. La ambigüedad con la que se convive en Cataluña estos días en una fricción de leyes y autoridades que tiene muchos planos superpuestos, como en una gran empanada, y que se mezclan de distinto modo según las zonas, se percibía perfectamente en el Tarraco Arena. El subdelegado del Gobierno había avisado de que estaba prohibido y de que no descartaba ninguna actuación para impedir “un delito”, pero al mismo tiempo ahí tenías a los Mossos y la Guardia Urbana cortando las calles y garantizando el orden público. El alcalde socialista, Josep Fèlix Ballestero, es de los que no va a dejar los colegios para el día 1, pero el recinto es de la Diputación, de mayoría independentista. Al margen de este lío, entre tanto la gente acude. Ayer unas 7.500 personas, y se hacía impensable que por allí apareciera la Guardia Civil a hacer nada. Y si apareciera sin tricornios sería una auténtica decepción, porque así se aparece en los mejores sueños de algunos. Los alcaldes de la CUP ya están encantados eligiendo la camiseta que se pondrán el día que les detengan por no presentarse en la Fiscalía.

Ha sido el primer ensayo, y esto es solo el principio. Se supone que alguien pagará por esto, una multa o un proceso, pero será a posteriori, mañana o pasado. Igual que el Estado intenta también actuar antes de que algo se produzca. El problema, y la cuestión central que anticipa el 1-0, es la intervención en caliente. Con tanta gente en medio. Había por ahí decenas de voluntarios con petos verdes. De Tarragona, en concreto, 53, según una de ellas, porque luego la organización corre a cargo de la Asamblea Nacional Catalana (ANC) desde Barcelona. Si preguntas, se nota la dificultad de tomarse en serio una amenaza masiva. ¿Es consciente de que como particular el Gobierno le prohíbe hacer esto? “Ya, ¿pero qué van a hacer? No sé, no van a venir aquí, con toda la gente que hay. También ha venido mi marido. Ahí hemos dejado a los niños y esperamos volver, ¿no?”.

En la acreditación de prensa pone “Hola República”. En los tres grandes carteles que cuelgan en la plaza añaden “Hola Europa” y “Hola Nou País”. Ningún adiós, que es algo más triste, sino la inocencia del recién llegado. Igual que la simpleza del “Sí”, el otro gran concepto positivo, que hace ver que todo es fácil y natural. En el Brexit, vivido como trauma, nadie decía “Hola”, era una despedida, un portazo, el inicio de una incierta soledad. Aquí se promete la felicidad con facilidad.

Fue un espectáculo muy bien organizado, solo fallaba un bochorno pegajoso, con música en vivo de una banda de rock, nada de pregrabado. Le preguntaron dos horas antes al presidente, Carles Puigdemont, si el acto se celebraría con normalidad y respondió con falsa ingenuidad: “Hombre, no está previsto ningún problema meteorológico, así que no sé por qué no”. Todo esto es normal, ese es el mensaje, así que vaya usted a votar, por qué no, qué le cuesta. Su obsesión es la participación, casi da igual lo que voten. "Tengo que pediros un favor a todos. Haced un esfuerzo, traed a personas que no piensen ir a votar. Si todos hacemos el esfuerzo, la ola de libertad será imparable", rogó Jordi Sánchez, presidente de la ANC. Como en las promociones de bancos y seguros para que les lleves un amigo. "Es importante que también se movilice el 'no', porque si lo hacemos demostraremos que esto se trata de democracia", razonó Oriol Junqueras, líder de ERC. Se avecinan tabarras importantes en las cenas familiares.

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“Votarem! Votarem!”, fueron los primeros gritos del público. Luego pidieron la dimisión del alcalde tarraconense, que se niega a ceder los colegios municipales. La primera gran ovación, durante la espera, fue para el mayor Trapero, cuando su imagen apareció en la pantalla. Que el otro día acudiera a la Fiscalía a ver cómo le mandaban desactivar esto mismo es un detalle menor, porque más bien esto parece un juego en el que cada uno hace su papel y al final, están convencidos, se acabará votando. Esta realidad paralela experimentó un cortocircuito cuando apareció Puigdemont en escena: vestido de forma oficial, chaqueta y corbata, de presidente de todos los catalanes, en un acto subversivo. Mejor hubiera quedado de calle, de paisano, pero se le confunden los papeles. "¿Alguien cree que no votaremos? ¿Pero qué tipo de gente se creen que somos?", proclamó.

El escenario estaba situado en el centro de la arena y, sin atril, los líderes independentistas se movían por él micrófono en mano. De forma coherente con el aire despreocupado, los presentadores eran dos actores de tono cómico, como en los Oscar, Oriol Grau y Txe Arana. El humor desdeñoso es una clave doméstica de este asunto, siempre presente en discursos y propaganda. Para hacer ver que nada va de verdad en serio, salvo lo suyo. Se toma a coña todo lo referente a Madrid, Moncloa y jueces, un magma confuso, casposo, chapucero y ridículo. En los programas satíricos de TV3 se bromea con las urnas, con las papeletas, se cuentan chistes de parejas de la Guardia Civil que paran a uno que solo ha matado a su familia, descuartizado al perro y lleva una bomba nuclear, pero ninguna urna, así que le dicen que circule, circule.

El mitin dio la primera foto de campaña de todo el frente independentista, también una de las pocas hasta el 1 de octubre, pues solo hay previstos otros dos actos conjuntos. El resto del tiempo, cada uno a lo suyo. Puigdemont, Oriol Junqueras, de Esquerra Republicana (ERC) y Quim Arrufat, de la CUP. Más las escisiones de soberanistas de Uniò (Demòcrates) y PSC (Mes), las sobras de partidos rotos en un escenario polarizado al máximo. Pero todo como si cayera por su propio peso, de forma inevitable, hacia su destino. “¡Estamos haciendo el mitin ilegal más importante de la historia de este país!”, proclamó Jordi Sánchez. Los otros, los legales, ya no cuentan.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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