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“No solo es la violencia que está ahí fuera, es también la de la casa”

La psicóloga de Médicos Sin Fronteras Brillith Martínez describe su trabajo en Buenaventura (Colombia), uno de los principales corredores del narcotráfico hacia Centroamérica y Estados Unidos

Vídeo: Marta Soszynska/MSF
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Colombia puso punto final a un conflicto de 50 años con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia–Ejército del Pueblo (FARC–EP) el 24 de noviembre de 2016, con la firma de un acuerdo de paz. Sin embargo, afronta muchos otros desafíos: varios grupos armados y diversas organizaciones criminales siguen activos. En algunos escenarios urbanos, la pobreza y la ausencia estatal son un caldo de cultivo para una violencia que tiene serias consecuencias en la vida y en la salud de las personas.

Médicos Sin Fronteras (MSF) trabaja en Buenaventura y San Andrés de Tumaco desde 2014 ofreciendo asistencia sanitaria y de salud mental a las víctimas de la violencia. La psicóloga de MSF Brillith Martínez describe su trabajo en Buenaventura, uno de los principales corredores del narcotráfico hacia Centroamérica y Estados Unidos. El 65% de su población vive en condiciones de extrema pobreza y sin acceso a los servicios más básicos.

La violencia es contagiosa. Recuerdo a una mujer que vino a la consulta que tenemos en Buenaventura con sus tres hijos. El pequeño había perdido el curso en la escuela tres veces seguidas, el mayor lo único que quería era conseguir un arma y meterse a uno de los grupos armados, mientras que el del medio se la pasaba robando. Entraba en las casas a llevarse lo que encontrara o llegaba con cosas de otros niños del barrio. Y la mamá, obviamente, en depresión.

Cuando ella fue desgranando la historia, descubrimos que hacía tres años que habían sido desplazados –los mismos años perdidos por el pequeño en el colegio– y que habían estado viviendo al lado de una casa de pique, un lugar donde llevan a los que hacen "desaparecer" para matarlos y luego desmembrarlos, porque así se esconde mejor el cuerpo. Estos niños habían vivido ahí, al lado de esa casa, en un barrio donde los asesinatos eran rutina y donde casi cada vez que salían a la calle se topaban con un muerto.

Aquí la violencia se ha normalizado tanto, que mucha gente está convencida de que es lo que les ha tocado, lo que tienen que vivir

El desplazamiento, las desapariciones, los asesinatos, los abusos sexuales y la violencia urbana causada por las organizaciones criminales son parte de la herencia del conflicto para esta ciudad donde, desde hace un año y medio, trabajo con Médicos sin Fronteras (MSF). Soy psicóloga y mi función aquí consiste en encontrar maneras para luchar contra las consecuencias de lo que conocemos como Otras Situaciones de Violencia (OSV).

Esa mujer nunca se planteó que ella o sus hijos recibieran tratamiento psicológico. Solo acudió a nuestro consultorio cuando ya no sabía qué más hacer. Pensaba que, dejando atrás la violencia, todo pasaría. Pero es que aquí la violencia se ha normalizado tanto, que mucha gente está convencida de que es lo que les ha tocado, lo que tienen que vivir. Están resignados.

Sobre todo las mujeres, que son las más afectadas. Casi todas las pacientes llegan al consultorio tras haber sido abusadas sexualmente. Y en muchos casos es un abuso que se viene repitiendo desde la infancia, cuando el abusador es un conocido o un familiar, y luego en la adolescencia, cuando las muchachas empiezan a andar solas.

También hay madres. Madres que han perdido a sus hijos porque los han asesinado o los han "desaparecido". Madres a quien les han matado a toda su familia, madres desplazadas y sin un peso, madres solteras y madres que han sido brutalmente maltratadas. Y no solo se trata de una violencia que está ahí fuera, es también la de la casa, la intrafamiliar.

Son casos estremecedores. A medida que pasa el tiempo y se va cogiendo experiencia, una siempre se acaba por implicar. Una siempre sale afectada por las historias que escucha.

Hoy, muchos no saben si comerán. Con este panorama, el tratamiento psicológico y la salud mental son las últimas de sus preocupaciones

Aunque es cierto que aquí la mayoría de las personas ya tiene bastante con sobrevivir cada día. Por ejemplo hoy, muchos no saben si comerán, si tendrán plata para el arroz o si tendrán que pedírselo al vecino. Y qué decir de los que tienen hijos que alimentar. Con este panorama, el tratamiento psicológico y la salud mental son las últimas de sus preocupaciones.

Otro de los problemas que tenemos, como en buena parte del país, es la carencia de infraestructuras médicas y de personal sanitario. Por ejemplo, en Buenaventura no hay un solo psiquiatra. Si una persona necesita atención psiquiátrica debe ir hasta Cali, a dos horas y media por carretera. Y la mayoría de las que viven aquí no puede pagarse el viaje. Así que finalmente muchas de las víctimas se quedan sin recibir un tratamiento integral.

MSF tiene un programa gratuito de atención telefónica a través del número 335. La mayoría de nuestros pacientes han llegado por esta vía. A algunos los derivamos a nuestros programas de atención presencial; pero a muchos otros los atendemos por teléfono. De este modo también nos aseguramos de que, por ejemplo, aquellas mujeres que no quieren que se les vea entrando al consultorio, para que no se sepa que han sido víctimas, no se queden sin atención.

También salvamos vidas a través del teléfono. Hay personas que han sufrido tanto que ya solo piensan en hacerse daño. Muchísima gente nos dice: "Vine aquí porque ya no sé qué hacer, porque, si no, me quito la vida". Cuando logras que una persona en ese estado salga del hueco, es muy probable que esta persona ayude a otra de su entorno, y esta a otra y así sucesivamente.

Cuando en MSF ayudamos a una sola persona, indirectamente también estamos ayudando a un hogar, a un barrio. A toda una comunidad.

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Pared del Salón del Nunca Más con las imágenes de algunos de los desaparecidos durante los años de conflicto en Colombia. El Salón es un espacio para la memoria de las víctimas y la denuncia y está en Granada (Antioquia), una de las zonas más castigadas por la guerra.

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Lola Hierro | Granada (Colombia)

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