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Las locas vacaciones de Donald Trump

El presidente ha convertido su veraneo en su club de golf en una trinchera política

Trump, este lunes durante su breve visita a la Casa Blanca. En el vídeo, su llegada a Nueva York entre protestas.Foto: atlas | Vídeo: A. Brandon (AP) | ATLAS
Pablo de Llano Neira

Corría el año 2004. Donald John Trump, sentado en su escritorio de la Trump Tower, redactaba su manual de avaricia Trump: Piense como un millonario, y sugería a sus futuros lectores: "No tomes vacaciones. ¿Para qué? Si no estás disfrutando de tu trabajo, estás en el trabajo equivocado". Durante la promoción del producto, el presentador estrella Larry King le preguntó por su consejo y el empresario rubicundo le dijo que "la mayoría de las personas exitosas que conozco no se toman vacaciones. Sus vacaciones son sus negocios. Yo apenas me muevo" [de Nueva York, se entiende, de su tower].

Sin embargo, la presidencia de Mr. Trump ha sido hasta ahora una combinación de Casa Blanca –la mayor parte del tiempo, eso sí– y excursiones con una condición: la presencia de un campo de golf (cuando Obama era presidente él lo criticaba por su gusto por el golf y por sus días de asueto, reclamándole más "ética de trabajo"). Ha pasado 13 de sus 28 fines de semana como Comandante en Jefe fuera de Washington y sus viajes han costado a los ciudadanos cerca de 30 millones de dólares, según el Centro para el Progreso Americano. En su primer semestre, Mar-a-Lago ha sido su lugar de evasión presidencial favorito. Para él salir de Washington –la capital de las élites políticas a la que llama con desprecio El Pantano, The Swamp, pues él se considera un outsider, un anti-político– es respirar. Pero en medio del insoportable verano de Florida –el presidente pasaría allí sus días "libres" recocido por el calor y la humedad de más del 90%–, y tras demandar a los legisladores republicanos que no salgan de Washington hasta que saquen adelante su ansiada reforma sanitaria –todavía trabadísima–, ha optado por su club de golf de Bedminster, en Nueva Jersey, a unos 70 kilómetros de Nueva York, donde arrancó sus 17 días de descanso –"No tomes vacaciones. ¿Para qué?"– el pasado lunes 4 de agosto tuiteando a sus seguidores, para que no pensasen que holgaba en una hamaca, que ya estaba "trabajando en Bedminister" y advirtiendo: "No son vacaciones – ¡citas y llamadas!".

Ciertamente, el presidente, aunque no ha renunciado a las vacaciones que solía denostar, no ha permanecido de brazos cruzados. Con la Casa Blanca en obras –el Despacho Oval, templo de las decisiones presidenciales, sin muebles ni moqueta, en plena remodelación– Donald Trump ha seguido disparando desde su campo de golf convirtiendo agosto en un mes tempestuoso, el clima político sin el que no puede vivir. ¿Quién puede amenazar con un holocausto nuclear desde un campo de golf en verano? Trump. En Bedminster avisó a Corea del Norte de que podría someterla a "una furia y un fuego que el mundo jamás ha visto". El veraneante más poderoso del mundo también ha tenido tiempo para amenazar con una intervención militar en Venezuela, atacar a correligionarios del Partido Republicano o hablar de la supuesta bancarrota de su periódico más odiado, el venerado en el mundo entero The New York Times, mientras retuitea con generosidad al canal conservador Fox News.

Todo parecía correr a su gusto en vacaciones hasta el desastre de Charlottesville, Virginia, donde una marcha de ultras racistas y neonazis hizo de un pequeño pueblo sureño una pesadilla de violencia con tres muertos (una manifestante antiracista y dos policías que iban en un helicóptero que se estrelló durante la jornada de disturbios). El veraneante de Bedminster tuvo que hablar de lo sucedido, y se limitó a repartir culpas entre los ultras y los contramanifestantes que les hicieron frente. Medio país se preguntó por qué le cuesta tanto al presidente repudiar a quienes odian a negros y judíos.

Tras un viaje exprés a Washington, la noche del lunes aterrizó en Manhattan en helicóptero para pasar su primera noche en la Trump Tower desde que tomó posesión en enero. En la torre –pese a que hasta ahora no había puesto pie allí– ha sido establecida la oficina militar de la Casa Blanca y el Pentágono paga 130.000 dólares mensuales por tener ese espacio reservado. El miércoles volverá a Bedminster. En la Gran Manzana lo espera un espectacular dispositivo de seguridad y una viva agenda de protestas que a buen seguro no verá ni de lejos. Se perderá una llamativa. En algún punto aún no desvelado de la ciudad una galería de arte colocará una rata hinchable gigante: con la cara de Trump.

El lunes 21 de agosto el presidente dará por terminadas sus vacaciones. Volverá a la Casa Blanca. Le quedan unos días para completar su veraneo más explosivo.

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