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La reconstrucción de una vida sin bombas de un refugiado sirio en Madrid

Nedal Mustafa, un refugiado sirio de 27 años, cuenta cómo ha cambiado su vida desde que llegó a España hace un año

Nedal Mustafa en el salón de su casa en el barrio de Villaverde Bajo de Madrid.Vídeo: LUIS AMOLDÓVAR / ÁLVARO DE LA RÚA
Gloria Rodríguez-Pina

Cuesta imaginar a Nedal Mustafa, de 27 años, sorteando balas y bombas para ir a clase en la universidad del centro de Damasco cuando te lo cuenta sentado en el salón de su piso compartido del madrileño barrio de Villaverde Bajo. "Era horrible, las calles no eran seguras y tenía miedo", recuerda con un español aún rudimentario, mientras se le borra por un momento la sonrisa limpia y perenne que usa como muleta para su timidez.

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“Mi familia estaba en Líbano, pero yo quería vivir en un lugar con paz”, cuenta este sirio, nacido en Quneitra y de familia libanesa. Mustafa intentó, como millones de sus compatriotas, llegar a Europa por tierra a través de Turquía. Pero le fue imposible cruzar la frontera. En cambio, consiguió que su nombre se incluyera en la lista de los 631 refugiados que, hasta ahora, han sido reasentados en España procedentes de Líbano o Turquía, algo menos de la mitad de los 1.449 comprometidos.

Mustafa se dirigió a la oficina de la Organización Internacional de las Migraciones (OIM) en Líbano en 2014 y pidió ayuda para venir a España. Podía elegir tres países, en orden de prioridad. “Solo pedí España”, sentencia. Desde pequeño fantaseaba con las imágenes de palacios andalusíes enclavados en una Europa moderna. Y, después de varias entrevistas y dos años de espera, el 26 de julio de 2016 aterrizó a Madrid.

Entonces, no sabía ni qué significaba la palabra hola y cuando le dieron un plano del sistema de metro y de los trenes de Cercanías pensó que nunca sería capaz de descifrarlo. Los primeros seis meses los dedicó a aprender el idioma, a sobrevivir en Madrid de la mano de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) y a empaparse de “una cultura muy diferente: muy abierta, y con mucha libertad”.

El sistema de acogida español facilita apoyo, vivienda y manutención los primeros seis meses, pero después los demandantes de asilo tienen que empezar a ser autónomos. Les siguen apoyando económicamente durante medio año más, pero deben buscarse su propia vivienda, uno de los mayores problemas a los que se enfrentan. Todavía no tienen ni papeles ni trabajo, y se topan con otro problema: la xenofobia. Fue un proceso difícil para Nedal. “Cuando llamaba por teléfono, al oír que era árabe, no querían seguir hablando; había gente que decía ‘no’ y colgaba”. Ahora comparte piso con otros dos jóvenes a dos pasos de una estación de la red de Cercanías, por la que ya navega sin necesitar aquel plano jeroglífico.

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La vida española de Nedal transcurre entre un curso diario de Administración de Empresas en un centro de formación de Getafe, encuentros semanales con una voluntaria que le ayuda introducirse en el mundo laboral español, clases de teatro en la sede de la Sociedad General de Autores (SGAE en Madrid) y, cuando le queda un rato, cada vez con menos frecuencia, en el gimnasio o tomando algo con sus nuevos amigos. “Me gusta mucho su forma de pensar, su cultura, su ética, y me ayudan mucho para aprender español y en el curso de Administración”.

En clase de teatro

En el taller teatral Caídos del Cielo que coordina la dramaturga Paloma Pedrero en la SGAE recuerdan cuando aterrizó hace menos de un año y no hablaba, solo sonreía. Para uno de sus compañeros, el de Nedal “ha sido el mayor ejemplo de superación de miedos, de timidez, de desconocimiento del idioma; ha sido un cambio impresionante”.

Sentado en el lujoso y plácido patio de la sede de la SGAE, Nedal no pierde la sonrisa, pero todavía recuerda la guerra que han dejado en ruinas el país en el que nació y creció. “Los refugiados somos humanos que tenemos problemas en nuestros países y buscamos vivir en paz”. Simplemente, quieren reconstruir sus vidas. Sin bombas.

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