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Crítica | Rey Arturo: La leyenda de Excalibur
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

‘Hooliganismo’ regio

Guy Ritchie deja claro que no ha venido a visitar el género de la fantasía épica para olvidarse de sí mismo

Cuando las patas de unos descomunales elefantes invaden el plano en la primera escena de Rey Arturo, Guy Ritchie deja claro que no ha venido a visitar el género de la fantasía épica para olvidarse de sí mismo: el ardor hooligan que, en su día, le llevó a proponer su propia variante de pub y oleaginoso fish’n’chips del tarantinismo en películas como Lock & Stock (1998), Snatch. Cerdos y diamantes (2000) y RocknRolla (2008) sigue ahí, aunque uno no se atrevería a decir que todavía en buena forma. La secuencia inicial –hiperbólico combate entre un ejército de magos oscuros, con monstruosos elefantes a su servicio, y los soldados y caballeros a las órdenes de Uther Pendragon- deja claras las claves de arrogante y descerebrada libertad que van a regir este baño de taurina que Ritchie aplica al mito artúrico: también es una anticipación de la tosca imaginería que condiciona unas secuencias de acción emborronadas de descontrolada limadura digital. Rey Arturo es de esas películas donde la imagen digital, además de plantar frente al espectador una permanente desconfianza en el peso y valor de lo que está viendo en pantalla, no se pone al servicio de la hipervisibilidad, sino de su contrario.

REY ARTURO: LA LEYENDA DE EXCÁLIBUR

Dirección: Guy Ritchie.

Intérpretes: Charlie Hunnam, Jude Law, Astrid Bergès-Frisbey, Djimon Hounsou.

Género: aventuras.

Estados Unidos, 2017

Duración: 126 minutos.

Lo más ingenioso y vibrante de esta película es, sin duda, la incorporación de muchos diálogos característicamente ritchianos en los momentos en que otro director se hubiese conformado con una escena de transición rutinaria. El diálogo ritchiano cobra la forma de un relato sostenido en el relevo de varias voces, que se reparten la construcción de las frases, cuando no las encabalgan en explosiva dialéctica, inspirando enérgicos juegos de montaje: este Arturo criado entre prostitutas y sus compinches en las zonas menos distinguidas de la ciudad están, en este sentido, a un solo palmo de la galería pendenciera que nutría las primeras películas del director.

La imaginativa reinvención del personaje propuesta en las aproximaciones de Ritchie a Sherlock Holmes no encuentra aquí ningún equivalente. Como tampoco lo encuentran las zumbonas soluciones narrativas y visuales de Operación U.N.C.L.E. (2015). En sus peores momentos, Rey Arturo recuerda a esa Pompeya (2014) de Paul W. S. Anderson que parecía irse quedando seca de bits antes de que el Vesubio entrara en erupción. Las criaturas acuáticas que pactan con el villano Vortigen (Jude Law) se convierten en la puntual nota de originalidad de una película que uno cree ya haber visto. Demasiadas veces.

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