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Crítica | Mientras ellas duermen
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El dolor de los extraños

Wayne Wang traslada a la cultura japonesa personajes y ambientes de Javier Marías, con Takeshi Kitano de protagonista

Imagen de 'Mientras ellas duermen'.

MIENTRAS ELLAS DUERMEN

Dirección: Wayne Wang.

Intérpretes: Takeshi Kitano, Hidetoshi Nishijima, Sayuri Oyamada, Shioli Kutsuna.

Género: drama. Japón, 2016

Duración: 103 minutos.

El casual encuentro, en plenas vacaciones, de una pareja más o menos instalada en los márgenes de la convención con otra que se define en su naturaleza elusiva e inquietante, y se revela capaz de poner en cuestión toda idea recibida sobre las relaciones amorosas, ha sido un tema capaz de inspirar películas tan estimulantes como El placer de los extraños (1990), de Paul Schrader, y Lunas de hiel (1992), de Roman Polanski, basadas respectivamente en novelas de Ian McEwan y Pascal Bruckner. Mientras ellas duermen, última película de Wayne Wang, pero la primera producción japonesa de su amplia carrera, podría incorporarse a ese ciclo temático. En este caso, la base literaria la proporciona el texto homónimo de Javier Marías, que, en calidad de pieza inédita, dio título a la recopilación de relatos que el escritor publicó en 1990 y amplió nueve años después.

En el relato de Marías, un matrimonio de Madrid no puede evitar fijarse en la extraña pareja que pasa sus vacaciones en el mismo hotel menorquín en el que ellos se alojan: una pareja de dispar edad –ella jovencísima y delicada; él, cincuentón, obeso y calvo- que invierte su tiempo en llamativos rituales de adoración, en los que él filma sistemáticamente la belleza, yacente, indiferente y estatuaria, de ella, que se deja hacer sin la más aparente perturbación de ánimo. Una larga conversación nocturna entre los dos hombres abre inesperadas zonas de sombra y convierte lo que parecía una aproximación al tema de la adoración amorosa en algo más ambiguo que, entre otras cosas, además de un potencial relato criminal, podría proponer una mirada a la patológica capacidad de fantaseo de la mirada masculina sobre la belleza femenina.

Wang traslada a la cultura japonesa personajes y ambientes, incorporando al personaje que interpreta Takeshi Kitano –el señor Sahara, equivalente del turbio Viana del relato original- un leve trazo a lo Yasunari Kabawata. No obstante, ese es el único elemento que suma en una lectura que maneja con cierta torpeza los tránsitos entre fantasía y realidad y logra más indeseadas disonancias que equilibradas armonías en su textura visual.

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