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La vida en ESO, los ojos que miran al universo

Astrónomos e ingenieros controlan en el desierto chileno los mayores observatorios del mundo

Imagen de los telescopios de ALMA; en el desierto de Atacama (Chile).Vídeo: ESO | EPV
Federico Rivas Molina

Marc Forster, director de Quantum of Solace, la entrega número 22 de las aventuras de James Bond, es un fanático de los lugares exóticos. Cuando en 2008 buscó un escenario que representara el estado mental del Bond de Daniel Grave pensó en un desierto hostil y lo más alejado posible de cualquier humano. Lo encontró en Atacama, Chile, en un paraje de arena y piedra a 2.600 metros de altura. El paisaje era lo bastante hostil como para dar a la cinta ese ambiente extremo que tanto atrae a los fanáticos del agente 007. Y para completar el cuadro, el sitio ya contaba con un edificio futurista apto para grabar escenas de acción. Forster eligió para localizar su película a Paranal, uno de los tres complejos que el Observatorio Europeo Austral (ESO) tiene en el norte chileno, donde están los mejores cielos para observar el universo. Bond y su enemigo Mr. Greene ya no pelean en Atacama, pero Paranal sigue allí, con 200 personas, entre astrónomos e ingenieros, que operan el Very Large Telescope (VLT) y pronto estarán a cargo del Extremely Large Telescope (ELT), una joya de la ingeniería óptica e infrarroja que promete abrir una ventana a los orígenes del universo.

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La residencia para los empleados de Paranal es un edificio bajo tierra que alberga una pequeña selva tropical y una piscina. Días atrás, la presidenta de Chile, Michelle Bachelet, viajó hasta el lugar en helicóptero y junto con el director general de ESO, Tim de Zeeuw, colocó la primera piedra de lo que será el ELT. Se eligió para su emplazamiento el cerro Armazones, visible desde Paranal a 23 kilómetros. Allí se construirá una cúpula de 80 metros de alto y 85 metros de ancho que albergará el espejo más grande jamás construido, 39,3 metros de diámetro divididos en 798 segmentos hexagonales y 4.608 sensores. El complejo óptico podrá captar más luz que la suma de todos los observatorios construidos hasta ahora. “El ELT va a poder mirar las primeras estrellas, la formación de planetas, nuestros orígenes cósmicos y como es que se formaron los primeros átomos. En el caso de los planetas podrá buscar biomarcadores, signos de vida”, explica a EL PAÍS María Teresa Ruiz, astrónoma y directora de la Academia de Ciencias de Chile. “Ese es el listado de intenciones”, aclara, “porque lo cierto es que un telescopio como este va a ver cosas que ningún otro telescopio ha visto en la vida. Es como abrir una ventana a lo desconocido, capaz incluso de derribar paradigmas".

El ELT recibirá su primera luz en 2024, según el cronograma de construcción de ESO. A partir de entonces, el VLT de Paranal funcionará como apoyo. Cuenta para ello con la estructura y la experiencia de los astrónomos e ingenieros europeos, chilenos y brasileños que trabajan allí durante todo el año, las 24 horas del día. Basta visitar el centro de operaciones para ver cómo la astronomía se ha convertido en una cuestión de alta tecnología. La sala parece más un centro de cómputos que una ventana al universo. “La astronomía ya no es poner el ojo en una lente”, dice el astrónomo chileno Matías Jones. Frente al computador atiende los pedidos que llegan desde todo el mundo para la observación de exoplanetas. “Paranal recibe 900 proyectos por año, el triple de lo que puede satisfacer. Por eso cada seis meses se clasifican las observaciones del uno al 100. Un programa de computadoras nos dice cuáles son las mejores observaciones posibles y esas tienen prioridad”, dice Jones. El astrónomo estará en Paranal solo 15 días, “el tiempo máximo para no volverse loco”, dice sonriendo.

El ELT recibirá su primera luz en 2024, según el cronograma de construcción de ESO, y el VLT de Paranal funcionará como apoyo

Es que la vida en el desierto no es fácil. Los empleados duermen en la residencia o en el campamento, una serie de contenedores convertidos en casas con una cama y baño privado. Los carteles de Silencio advierten al visitante que allí duermen durante el día lo que trabajan de noche observando el cielo. La estadía en Paranal transcurre entre las salas de control, los dormitorios, la piscina bajo tierra rodeada del único punto verde del predio y el comedor. “ Los jóvenes están acá 80 noches al año en turnos de una semana, y los que son del equipo están entre 100 y 135 noches al año en bloques de dos semanas. Después de eso uno se pone nervioso, irascible. Por eso el trabajo sigue en las oficinas de ESO en Santiago”, explica Claudio Melo, jefe de la oficina de Ciencias de ESO en Chile. ¿La convivencia es buena? “Es todo lo buena que puede ser”, dice Melo. “La presión acá existe, no manejamos dinero pero hay que funcionar, todo esta estructura tiene que estar lista a la puesta del sol”.

El astrónomo español Francisco Montenegro.
El astrónomo español Francisco Montenegro.F. R.

Si trabajar en Paranal es complicado no es difícil imaginar cómo es operar a 5.000 metros de altura el Atacama Large Millimeter/submillimeter Array (ALMA), un complejo de 66 antenas que conforman el mayor radiotelescopio del mundo. La base de operaciones de ALMA está a 50 kilómetros de San Pedro de Atacama, un pueblo de casas de adobe reconvertido en centro turístico para ricos. A 3.000 metros de altura, el consorcio europeo construyó junto con Japón, Estados Unidos y Chile una base de operaciones de película, con talleres, un laboratorio de alta tecnología, hospedaje para los empleados, cuerpo de bomberos y canchas de fútbol. El visitante pasa allí por el primer control médico, imprescindible para iniciar el ascenso al llano de Chajnator, donde están las antenas. A 5.000 metros sobre el mar falta el oxígeno, hace frío, mucho frío y el viento sopla con fuerza. A la vista solo hay rocas, nieve y un paisaje lunar en el horizonte. Cuando el clima se complica la temperatura puede bajar hasta los 15 grados bajo cero. Ningún humano en sus cabales elegiría Chajnator para hacer turismo y, mucho menos, para trabajar. Pero es ahí donde los ingenieros están ocho horas cada día, controlando que los equipos funcionen correctamente.

ALMA y el futuro ELT conformarán un tándem sin competencia en el mundo

“La altura es lo más complicado de resistir. El primer día de trabajo no subimos, el segundo día estamos cuatro horas, el tercero, seis, y recién al cuarto cumplimos con el turno de ocho horas”, explica Juan Carlos Gatica, técnico chileno a cargo “del cerebro y el corazón de ALMA”, un supercomputador que recibe la información de las antenas y la transmite a los astrónomos que la analizan en la base de operaciones. A estas alturas la foto es una escenografía de Star Wars, con grandes parabólicas en un paisaje que en invierno es blanco y en verano es lo más similar a Marte que se puede encontrar en la Tierra. Recorrer las instalaciones es una prueba de fortaleza física: no faltan los técnicos que usan tubos de oxígeno para soportar mejor la altura. Al final del día todos regresarán a la base, 30 kilómetros más abajo, o viajarán a Santiago para cumplir con sus días de descanso.

Interior de la residencia de Paranal.
Interior de la residencia de Paranal.F. R.

ALMA y el futuro ELT conformarán un tándem sin competencia en el mundo. El primero, con capacidad para estudiar luz con longitudes de onda milimétricas y submilimétricas, puede develar cómo el gas y el polvo cósmico formaron los primeros planetas y estrellas. El segundo trabajará con la luz que percibe el hombre, pero será capaz de captar objetos celestes cuatro mil millones de veces más tenues de lo que alcanza el ojo humano. Entre ambos se abrirá la ventana que permitirá avanzar hacia el origen del universo.

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Federico Rivas Molina
Es corresponsal de EL PAÍS en Argentina desde 2016. Fue editor de la edición América. Es licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Buenos Aires y máster en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona.

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