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El olfato humano no es peor que el de los perros para algunos olores

El mito de la escasa capacidad olfatoria nació en el siglo XIX debido a la reacción de la Iglesia contra el ateísmo

Salida de la carrera solidaria Perrotón 2016, en Madrid.Vídeo: Álvaro García | EL PAÍS VÍDEO
Manuel Ansede

La idea de que el olfato humano es peor que el de los perros y otros animales es un mito del siglo XIX. En 1859, el naturalista inglés Charles Darwin publicó El origen de las especies, un libro que dejaba en ridículo la Creación bíblica de Adán y Eva, al presentar la teoría de la evolución de los seres vivos por selección natural. La Iglesia católica reaccionó como pudo al varapalo. En Francia, se concentró en atacar a la prestigiosa Facultad de Medicina de París. En sus aulas impartía clase Paul Pierre Broca, un anatomista de patillas kilométricas que figuraba en el punto de mira de los obispos por enseñar el materialismo: la idea de que no existe un alma inmortal como predica la Iglesia, sino solo un vulgar cuerpo físico.

Broca se dedicaba a investigar si las distintas regiones del cerebro humano se correspondían con diferentes funciones. Observó que el bulbo olfatorio —la estructura implicada en el olfato— era proporcionalmente más pequeño en las personas que en otros animales. Como muchos de sus contemporáneos, Broca pensaba que el olfato era un sentido muy primitivo, que empujaba a comportamientos sexuales a los animales inferiores. Para cuadrar sus observaciones materialistas con la idea cristiana del alma inmortal, y evitar así el conflicto con la Iglesia, el científico lanzó en 1879 la hipótesis de que la evolución del libre albedrío humano requirió una reducción del tamaño del bulbo olfatorio. Más inteligencia, menos olfato, menos instintos.

El anatomista Paul Pierre Broca.
El anatomista Paul Pierre Broca.Wellcome Library

“Extrañamente, la idea de que los humanos tenemos bulbos olfatorios diminutos y un escaso sentido del olfato se deriva en parte de la política religiosa del siglo XIX en Francia”, explica el neurocientífico estadounidense John P. McGann, que recuerda hoy la historia en la revista Science. Pero, según subraya, Broca se equivocaba. El bulbo olfatorio humano es, en realidad, bastante grande en términos absolutos y contiene un número de neuronas similar al de otros mamíferos, recalca McGann, de la Universidad Rutgers (EE UU).

El mito ha sobrevivido casi siglo y medio sin pruebas científicas. Incluso el padre del psicoanálisis, el austriaco Sigmund Freud, se subió al carro y aseguró que la “atrofia” del olfato humano causaba represión sexual y problemas mentales. Pero las evidencias sugieren otra cosa.

En 2013, un grupo de científicos —entre los que se encontraba la mexicana Laura Teresa Hernández— expuso a diferentes animales a seis compuestos aromáticos presentes en la orina de distintas especies. Las personas que participaron en el experimento fueron hasta tres veces más sensibles que las ratas o los monos a dos de las moléculas. Otros estudios clásicos, desarrollados en la década de 1960, mostraron que los humanos eran tan sensibles como los perros y los conejos al olor a banana. Y hace apenas un mes, otro experimento de científicos de la Universidad de Linköping (Suecia) reveló que los ratones son “extraordinariamente sensibles” a un componente del olor a sangre, pero los humanos “lo son incluso más”.

El ser humano puede distinguir un billón de olores diferentes

“Está claro que el sistema olfativo humano es excelente a la hora de distinguir olores, mucho más allá de los 10.000 olores proclamados por la sabiduría popular y por algunos manuales de introducción a la psicología”, defiende McGann en la revista Science. Hace tres años, científicos de la Universidad Rockefeller (EE UU) calcularon en la misma publicación que el ser humano puede distinguir un billón de olores diferentes. Con b: un millón de millones.

“El sistema olfatorio humano es excelente, aunque depende de cómo lo midas. Por ejemplo, los perros pueden ser mejores que las personas a la hora de olfatear diferentes orinas en un árbol, pero los humanos pueden ser mejores que los perros a la hora de distinguir los aromas de un buen vino”, concluye McGann.

El neurocientífico hace un llamamiento a derribar el mito y a darle al olfato la importancia que se merece. Recientemente, científicos del Max Planck alemán demostraron que las personas son capaces de reconocer el olor de sus moléculas de histocompatibilidad, una parte de las defensas del organismo que permite distinguir lo propio de lo ajeno, de lo invasor. Incluso nos olemos la mano inconscientemente después de estrechársela a un desconocido, según un estudio del Instituto Weizmann de Ciencias (Israel). A juicio de McGann, este cóctel de olores puede ser clave a la hora de elegir a una pareja sentimental. “Nuestro sentido del olfato es mucho más importante de lo que pensamos”, insiste.

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Sobre la firma

Manuel Ansede
Manuel Ansede es periodista científico y antes fue médico de animales. Es cofundador de Materia, la sección de Ciencia de EL PAÍS. Licenciado en Veterinaria en la Universidad Complutense de Madrid, hizo el Máster en Periodismo y Comunicación de la Ciencia, Tecnología, Medioambiente y Salud en la Universidad Carlos III

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