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CRÍTICA | Bajo el sol
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Paseo por el amor y la muerte

El tema de Romeo y Julieta, despojado de la complejidad shakespeariana para capturar lo humano, es instrumentalizado para denunciar la irracionalidad de la guerra

Tihana Lazovic y Goran Markovic (derecha), en 'Bajo el sol'.

Bajo el sol

Dirección: Dalibor Matanic

Intérpretes: Goran Markovic, Trpimir Jurkic, Mira Banjac

Género: Drama, Croacia, Serbia y Eslovenia (2017)

Duración: 123 minutos.

Ante los conflictos irresolubles, una opción no por razonable menos abierta al fracaso consiste en elaborar un esquema para intentar atisbar, en frío, una manera de deshacer el ovillo. En la reciente Hotel Europa (2016), Danis Tanovic encontraba su metáfora en torno a la memoria del conflicto de los Balcanes en un bullicioso hotel, cuyos pasillos eran senderos que se bifurcaban: un espacio levantado sobre un sótano de criminalidad organizada, con los trabajadores planeando su huelga en las cocinas; mientas la prensa intentaba, inútilmente, sacar algo de agua clara en la azotea. En Bajo el sol, el croata Dalibor Matanić escoge una imagen y un planteamiento dramático mucho más orientados a la simplicidad y los sirve en forma de tríptico: la constante de una misma violencia será la infranqueable barrera para la consecución del deseo en tres historias de amor ambientadas en 1991, 2001 y 2011, protagonizadas por una misma pareja de actores -Tihana Lazovic y Goran Markovic-, que encarna al trío de sucesivos amantes condenados por el conflicto étnico.

De nuevo, el tema de Romeo y Julieta, despojado de la complejidad shakespeariana para capturar lo humano, es instrumentalizado para denunciar la irracionalidad de la guerra a través de su intromisión en el territorio del deseo. A Matanić no parecen preocuparle las advertencias de Harold Bloom sobre la inconveniencia de devaluar la tragedia de los amantes de Verona. Su película es tan rica en su sensorial plasticidad como pobre en su capacidad para implicar al espectador en las particularidades de cada relato: la labor del operador Marko Badr convierte la luz veraniega en eficaz contrapunto de la oscuridad moral, pero, pese al poder de las imágenes y la fluidez que les otorga el montaje, uno acaba teniendo la sensación de permanecer, paralizado, ante un determinista espectáculo de pim pam pum.

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