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Las dos Francias, una fractura global

La división entre este y oeste, y entre ciudad y periferia, reproduce el choque del 'Brexit' o Trump

Marc Bassets
Un hombre pasea delante de los carteles electorales en París este viernes.
Un hombre pasea delante de los carteles electorales en París este viernes.JOEL SAGET (AFP)

Era el último gran mitin de Marine Le Pen ante la primera vuelta de las elecciones francesas el 23 de abril, y las miles de personas que llenaban la sala en Marsella entonaban el cántico oficioso del partido. On est chez nous. "Estamos en nuestra casa".

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Un detalle llamaba la atención. Pocos, entre el público, venían de la propia ciudad de Marsella, sino de pequeñas ciudades y pueblos cercanos. París quedaba muy lejos: “París… París… Déjeme en paz con París”, bromeaba Guy Ballester, que se había desplazado desde Nîmes para ver a Le Pen. “¡Véngase al Sur!”

“Antes, mi barrio en Aviñón era como un pueblo”, evocaba otro votante del Frente Nacional, Guy Ughetto. Ya no. Las tiendas cerraban, el centro se vaciaba, había que ir a hacer las compras a los hipermercados en las afueras.

Era una muestra fidedigna de la llamada Francia periférica: la de las pequeñas ciudades desconectadas de la globalización, las clases populares de origen europeo, golpeadas por el cierre de las viejas fábricas, desconcertadas por los signos del fin de un estilo de vida, de una cultura. Eran seguidores de Le Pen, pero podrían haber sido militantes por el Brexit hace un año en Reino Unido o votantes de Donald Trump en Estados Unidos en otoño de 2016 en una ciudad de Ohio o Michigan.

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“El gran secreto de la mundialización es que había un precio a pagar, la desaparición de la clase media occidental”, dice, en la terraza en la plaza de la República de París, el geógrafo Christophe Guilluy, autor de La Francia periférica, libro de referencia para entender la nueva ola populista, cuyo modelo se ha aplicado a otros países desarrollados. “Es un choque cultural, social y político que tiene como consecuencia la recomposición política de los políticos desarrollados”. Marine Le Pen y su rival en la segunda vuelta de las elecciones, el domingo, Emmanuel Macron —ambos, ajenos a los dos partidos hegemónicos en Francia— lo han entendido mejor que nadie. Quizá Trump también.

La fractura en Francia —fractura doble: un mapa partido en dos, vagamente este y oeste; y una división entre grandes ciudades y la periferia de las pequeñas ciudades y áreas rurales— es una fractura transnacional. El esquema francés reproduce el de EE UU y otros países donde el último año han chocado las fuerzas del repliegue populista y las del orden liberal.

En EE UU, la candidata demócrata Hillary Clinton tuvo mejor resultado en costas y el republicano Donald Trump en el interior. Pero dentro del interior, Clinton derrotó a Trump en las ciudades. Había dos mapas: costas/interior; ciudades/periferia. Como en Francia.

Hervé Le Bras se sienta en un café del bulevar Montparnasse, coloca su tableta en la mesa y empieza a mostrar mapas. Le Bras es historiador y demógrafo en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, y autor, entre decenas de libros, del reciente Malestar en la identidad. Ha diseccionado el voto del Frente Nacional y, comparando mapas desde 1984, cuando este partido ultra irrumpió en escena, hasta hoy, apenas ve diferencia. “El Gran Nordeste, el Mediterráneo y el valle del Garona son las regiones del FN. Y esto casi no cambia”, dice.

La falla que divide estas dos Francias se corresponde, según Le Bras, con otras más profundas. Le Bras cita un ensayo del historiador Marc Bloch, Los caracteres originales de la historia rural francesa, de 1931. “Bloch demuestra la misma división. Las regiones en las que el FN es fuerte son las regiones en las que la población vivía agrupada y las que no votan FN son las regiones en las que la población vivía dispersa”, explica. Las primeras regiones sufrieron con mayor intensidad el golpe de la modernidad, acelerado a partir de los años setenta: se desarticularon, como constataba el votante del FN de Aviñón inquieto por el cierre de comercios en el centro. “Todo lo que antes ocurría en el pueblo, en el grupo —el trabajo, el comercio, el ocio— pasó al exterior. Mientras tanto, para las comunidades aisladas la modernidad fue buena porque pudieron reagruparse, pudieron romper el aislamiento”, expone Le Bras. Para estos, la modernidad fue positiva. “Sabemos que estas diferencias remontan por lo menos al tiempo de Carlomagno”, añade Le Bras. “Bloch fue un poco demasiado lejos y dijo que databa de la época de los dólmenes”.

La novedad respecto al mapa de 1984 —o al de Carlomagno, o al de los dólmenes— es que "antes, el voto FN era el mismo en las grandes ciudades y en el campo". "Cada vez más ha bajado en las grandes ciudades y ha aumentado en el campo", añade.

Sobre el mapa estable de Marc Bloch, se superpone el de la Francia periférica y la Francia urbana. La excluida de la globalización y la integrada en las redes mundiales. La que ha dejado de competir con Europa y el mundo, y la que está en primera línea de la innovación, más cercana de Palo Alto que de Aviñón.

Y la paradoja, según el geógrafo Guilluy, de que la Francia urbana que se considera abierta al mundo cada vez esté más alejada de sus conciudadanos, de la otra Francia. Más aislada. “Las grandes metrópolis se han convertido en ciudadelas. Como la Edad Media, los burgueses viven juntos en las ciudades. Pero no lo sabemos, porque defendemos el discurso de la sociedad abierta, y quienes lo defienden son los más cerrados”.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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