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Me emociono, luego aprendo

La neurodidáctica pretende transformar la educación tradicional mediante la emoción

Una profesora con sus alumnos en una clase de lengua gamificada.Vídeo: Océanne Deleurme / LM Rivas / Paula Casado / Laura Díaz

La neuroeducación es una disciplina que se basa en los últimos conocimientos del funcionamiento del cerebro y aspira a mejorar el aprendizaje. Gira alrededor de un concepto: la emoción. “No hay aprendizaje sin emoción”, repiten como un mantra los profesores de un colegio de las afueras de Madrid que EL PAÍS ha ido a visitar para observar cómo esta nueva metodología se puede poner en práctica en las aulas.

En este colegio, el papel y el lápiz están relegados a un segundo plano. Hace tres años, la dirección decidió reenfocar su metodología y adoptar esta nueva forma de enseñar. “El neuromito de la neuroeducación que consiste solo en jugar, no es cierto”, explica Marta del Pozo, la directora de primaria del Colegio Base. El cuerpo educativo ha seguido una formación asesorada por NIUCO, una organización que enseña los principales avances de la neurodidáctica y cómo afectan a los procesos de enseñanza-aprendizaje. Diseñan con el profesorado una estrategia para aplicar los preceptos neurodidácticos a las materias – como la atención, la motivación, las funciones ejecutivas y las operaciones mentales. “Lo bueno de esta metodología, es que los alumnos son los  que conducen su propio aprendizaje. Hacen de maestros por un rato y a ellos les motiva muchísimo”, sostiene María Fernández, profesora de matemáticas.

Aprender mediante la gamificación

Los alumnos de tercero de María aprenden la operatoria con decimales a través de la gamificación. Es el empleo de dinámicas de los juegos en actividades no recreativas, con el fin de potenciar la motivación. En este caso concreto, aprenden a restar y sumar en un mercadillo que han creado ellos mismos. Han implantado su propia moneda con la cara de la profesora y han diseñado productos de todo tipo. “A mí me gusta comprar y vender, es gracioso”, comenta Claudia, corriendo de un puesto a otro en el patio del colegio donde han colocado mesas y carteles en círculo para la ocasión.

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En clase de lengua también aplican la gamificación. “María nos ha dado cartones a cada grupo, con palabras partidas por la mitad que tenemos que reunir, escribir en la pizarra y apuntar en nuestro cuaderno. ¡El primer grupo que encuentra todas las palabras ha ganado!”, explica Íñigo. En esta primera fase, los alumnos construyen ellos mismos sus conocimientos. La profesora les da pistas para que saquen sus propias conclusiones. Una vez que los alumnos están enganchados, es más fácil desarrollar los conceptos teóricos. Entonces es cuando sacan los libros de gramática para completar el aprendizaje. “A mí me gusta lengua porque se aprenden muchas cosas y desarrollas tu imaginación”, explica Manuel, alumno de tercero. “Sí, a la vez estamos aprendiendo y divirtiéndonos”, avala su compañera Alejandra.

¿Entonces qué funciones mentales participan en el aprendizaje? “Cualquier aprendizaje se basa en la conectividad de las neuronas. Que sean nuevas conexiones o el reforzamiento de conexiones ya existentes”, explica Chema Lázaro, profesor de neurodidáctica de la Universidad Rey Juan Carlos. El lóbulo prefrontal es la zona donde se ejerce la función ejecutiva. Comprende la concentración, el control de impulsos y la memoria a corto plazo. Para estimular esta zona, señala el especialista, la clave es la emoción. En el cerebro, la zona que se encarga de esta función es la amígdala en el sistema límbico. Cuando está activada, potencia el lóbulo prefrontal y así facilita el aprendizaje.

Convertir el aprendizaje en algo divertido

En el Colegio Base usan distintos métodos para estimular la amígdala: el aprendizaje cooperativo, los proyectos en grupo, la ‘flipped classroom’ [clase invertida] y la gamificación. “Así convertimos la experiencia del aprendizaje en algo divertido donde aprenden haciendo”, explica la directora de primaria.

El proyecto LÓVA es un ejemplo de clase invertida. Los alumnos de segundo tienen todo el año para crear una ópera original como vehículo de aprendizaje en inglés. “Es de ellos y para ellos, fluyen las ideas y el inglés se convierte en una herramienta emocional”, explica Lucía Díaz, profesora bilingüe de inglés. Los alumnos están divididos en cinco grupos que comprenden todos los oficios de una obra de ópera. Hay directores, guionistas, operadores de vestuario y de luces, músicos y actores. “¿Cómo se dice ‘árbol’?, pregunta una alumna en inglés. “Tree. Very good darling, go ahead”, la anima su profesora. Es también un reto para los profesores porque tienen que dedicar más tiempo a la preparación de las clases y saber dosificar la libertad que dan a sus alumnos. “Aun así, vale la pena porque los alumnos están mucho más estimulados y sacan mejores resultados”, asegura la profesora de inglés. El curso escolar pasado, que fue el primer año de implantación del proyecto LÓVA en inglés, los resultados del ‘Trinity’ – examen externo al colegio – fueron los mejores en años. El 61% de los alumnos obtuvieron ‘distinción’ y ninguno suspendió el examen. El curso anterior, solo el 19% consiguieron ‘distinción’ y un 7% no lo superó.

La evaluación

El aprendizaje en este colegio se hace en cuatro pasos: primero la entrada de información, segundo la preevaluación para comprobar que todos los alumnos están adquiriendo los conocimientos, tercero la consolidación de los conocimientos y finalmente la evaluación. “Evaluamos en forma de retos buscando actividades – con las que los alumnos entrenan funciones ejecutivas, a tener autodesarrollo, autocontrol – que les den herramientas en la vida, para trabajar en equipo, expresar sus emociones, utilizar competencias lingüísticas, matemáticas, etcétera”.

Roberto Serrano está evaluando a sus alumnos con un iPad. Cada uno tiene un código QR entre las manos y lo va girando para contestar a los problemas de matemáticas proyectados en la pizarra. Cada lado del código QR corresponde a una respuesta: a, b, c o d. El profesor los escanea con la tablet y al instante los resultados se proyectan en la pizarra. “Para mí es muy fácil evaluar de esta manera porque lo que consigo es que los niveles de atención y de motivación estén más altos. Además, tengo las estadísticas de evolución de cada alumno, es más fácil para seguir su progresión”, señala Serrano. Cada pregunta va acompañada de una imagen de ‘Clash Royale’, un videojuego para móviles. “Es más un juego de chicos, pero a mí me gusta y juego en casa en mi tablet”, cuenta Myriam, alumna de quinto. “Adaptamos los problemas matemáticos a situaciones del juego. Les encanta ‘Clash Royale’ y a mí me permite captar mejor su atención. Así asimilan más rápido las nociones”, explica Serrano.

En el recreo también se puede aprender. El espacio ‘Base para volar’ está abierto por la mañana y por la tarde. Los alumnos se pueden apuntar voluntariamente para leer, dibujar o escuchar cuentos que grabaron alumnos mayores. “Es para escapar del mundo real. Aquí intentamos crear muchas cosas para que los alumnos se sientan bien”, cuenta Lola Vázquez, cofundadora del espacio.

Otro ámbito de la neuroeducación se refleja en el huerto. Beatriz Jones, profesora de inglés, supervisa a un grupo de alumnos que plantan fresas y riegan flores. “Forma parte del proyecto ecobase. Tiene tres partes: taller, investigación y huerto”, explica. El objetivo es enseñar a los alumnos qué es cuidar de una cosa entre todos y lo que es el medioambiente.

Poco a poco, se van sumando los proyectos. Según la directora, les queda un año para implementarlo en toda primaria y ya están autorizados para aplicar las técnicas de neurodidáctica en bachillerato internacional. “Creemos que el colegio es escuela de vida y que esta es la mejor forma para darles las herramientas necesarias para la vida real”, concluye Marta del Pozo.

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