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Trump hace el vacío a Latinoamérica

El desinterés del presidente de Estados Unidos por los vecinos del sur y su proteccionismo comercial apunta a una regresión de la integración regional

Trump y el presidente Peña Nieto, durante la visita que el entonces candidato realizó a México.
Pablo de Llano Neira

En su primer discurso ante el Congreso, Donald Trump habló de su ambición de llevar “la huella de América a mundos lejanos”. Su interés por conquistar otros planetas –en especial Marte– parece inversamente proporcional a su preocupación por integrar a Estados Unidos con su vecina Latinoamérica.

En sus primeros cien días en el poder, el presidente no ha esbozado, en sus discursos o en su acción, política alguna de cooperación hemisférica. Si Barack Obama puso las bases de un giro histórico que arrumbase al siglo XX el hegemonismo de halcón de Washington en la región sustituyéndolo por un liderazgo más respetuoso y de concordancias, Trump parece enfilado a demoler su legado con una mezcla de desdén hacia el sur y proteccionismo comercial.

México sintetiza la situación. Trump lo viene utilizando para su política doméstica como el espantajo de los males que vienen de fuera –bad hombres– y todo apunta a que pretende cancelar el NAFTA (el acuerdo de libre comercio con México y Canadá) y reemplazarlo por acuerdos bilaterales. México a un lado, en el resto de América Latina no encuentra apenas juegos de espejo para retroalimentar su política interior y crece su desinterés, manteniéndose el punto común del rechazo de los mecanismos de integración económica regional. En su primera semana al mando fulminó la Asociación Transpacífica (TTP) retirando a Estados Unidos de un acuerdo con países de la cuenca del Pacífico promovido por Obama con el objetivo, tan comercial como geopolítico, de reposicionarse en la región e impedir que China siguiese ocupando espacio y poniendo sus reglas.

Esa decisión de Trump sopla a favor de Pekín. China ha desacelerado su ritmo de inversión en América Latina, pero sigue trabajando el terreno. Una semana después del triunfo de Trump, el presidente Xi Jinping se lanzó a su tercera gira latinoamericana en cuatro años y dos semanas después su cancillería emitía un documento en el que resaltaba su apuesta por una América Latina “llena de vitalidad y esperanza”. China es el mayor inversor en la zona (94.000 millones de dólares entre 2010 y 2015) y ha anunciado que inyectará otros 250.000 millones hasta 2025. Con América Latina estancada (en 2016 el PIB regional decreció un 0,7%) y Trump mirando a Marte, China se brinda como socia.

“Está prescindiendo de una herramienta principal de la política regional de Estados Unidos, el libre comercio”, afirma Christopher Sabatini, director del think tank Global Americans. “Trump ya ha generado un vacío de liderazgo”.

Sabatini opina que Venezuela es el país en el que más se ha notado una inclinación política por “un camino distinto; endureciendo su postura diplomática y con sanciones de la Organización de Estados Americanos”. En febrero Trump recibió en la Casa Blanca a la esposa del opositor venezolano encarcelado Leopoldo López y publicó un tuit reclamando su liberación. Además el Departamento del Tesoro ha incluido en su lista negra de narcotraficantes al vicepresidente venezolano Tareck El Aissami. Aunque las señas son obvias, Washington tampoco ha remarcado una postura concreta sobre el conflicto venezolano. Sabatini sostiene que esa vaguedad generalizada se debe a los “huecos burocráticos” causados por la lentitud en nombrar cargos intermedios responsables de las políticas latinoamericanas, empezando por un secretario adjunto para América Latina en el Departamento de Estado.

“A estas alturas no tenemos una idea de lo que viene para Latinoamérica porque lo único que se ha hecho es desmantelar la estructura de personal que existía”, coincide Eduardo Gamarra, de la Universidad Internacional de Florida. En su opinión, “los primeros cien días demuestran que América Latina, a excepción de México, no es una prioridad. No lo fue para Bush ni tanto para Obama quizás, pero en esta no se está haciendo el más mínimo énfasis”. Gamarra juzga las declaraciones de condena del presidente hacia Venezuela y Cuba como meros ejercicios “retóricos” dirigidos al electorado de Florida para ganar apoyos de cara a las elecciones legislativas de 2018.

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Con Cuba, de momento, se mantiene el estado de cosas que dejó Obama con sus dos últimos años de deshielo diplomático. Pese a que Trump ha asegurado que liquidaría los decretos que su antecesor firmó para facilitar la distensión con la isla si La Habana no concede libertades civiles, hoy sigue sin haber dado pasos en esa dirección. Animado a romper con La Habana por el anticastrismo cubanoamericano, con el senador Marco Rubio a la cabeza, y a ahondar en el deshielo por un heterogéneo bando pragmático nutrido de congresistas, senadores, empresarios y exmilitares, el presidente parece haber aparcado a Cuba en el limbo latino.

La inconcreción de la visión latinoamericana de Trump da lugar a incertezas en cada punto de la región. Por ejemplo en Colombia, cuyo presidente Juan Manuel Santos ha recibido por teléfono el apoyo del inquilino de la Casa Blanca al proceso de paz con las FARC pero que ha sabido también de un obsequioso encuentro de Trump con los expresidentes Álvaro Uribe y Andrés Pastrana, que se oponen a los acuerdos con la guerrilla. Brasil y Argentina, mientras tanto, tientan la posibilidad de estrechar lazos entre Mercosur (el bloque comercial que los une a Uruguay y Paraguay) y la Alianza del Pacífico (México, Perú, Chile y Colombia) “ante las dudas que plantea el mundo”, en palabras del argentino Mauricio Macri –o lo que es lo mismo, ante la persistente indefinición de Donald Trump.

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