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El legado discográfico de Prince está congelado

A un año de la muerte del artista, que se cumple hoy, los herederos se empeñan en bloquear la salida incontrolada de nuevos temas del cantante

Diego A. Manrique
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Los herederos de Prince demandan al productor detrás de su disco inédito

El martes, se anunciaba la publicación de seis nuevas canciones de Prince. Demasiado bueno para ser verdad: al día siguiente, los herederos lograban la retirada del tema principal, Deliverance, que estaba disponible en servicios como iTunes y Apple Music; hasta hace unas horas todavía se puede escuchar en Soundcloud.

Detrás del lanzamiento de Deliverance está el caribeño Ian Boxill, ingeniero de sonido que hace 10 años trabajó con Prince en los álbumes 3121 y Planet Earth. Cabe imaginar que estas disputadas canciones inéditas son descartes de esas sesiones, que Boxill almacenó subrepticiamente y que ha acabado por su cuenta (y riesgo).

También estamos ante la confirmación de lo que temíamos: que el fabuloso legado de Prince todavía no está centralizado ni catalogado ni (mucho menos) listo para ser editado. Las grabaciones del Hombre Púrpura caen en dos grandes grupos: el material no editado, con centenares de temas (en bastantes casos, difundidos en deficientes versiones piratas), y los discos ya publicados. Dentro de la segunda categoría está el bocado comercialmente más apetecible, lo editado durante los años ochenta a través de Warner Bros. Records, cuando su desbordante creatividad se correspondía con unas ventas millonarias.

Todavía hay mucho dinero en juego: el pasado año, Prince fue el máximo vendedor de música grabada en EEUU. Un fenómeno explicable, más allá del impacto emocional de su muerte, por el hecho de que sus canciones más conocidas aparecieron en plataformas de streaming y tiendas de venta digital tras el deceso. En vida, Prince racionaba drásticamente su música, descontento de los escasos rendimientos del negocio digital; incluso, era casi imposible encontrarla en YouTube (tras el fallecimiento, con el consentimiento tácito de su gente, volvieron en avalancha sus clips y sus conciertos, subidos por fans desconsolados).

Debido a su tortuosa relación con la industria, Prince es de los pocos artistas de la primera división cuyo catálogo nunca ha sido reavivado según las reglas del marketing más elemental. No se ha practicado ningún upgrade con el sonido o el contenido de sus discos. No ha habido ediciones remasterizadas ni discos con temas extra ni antologías imaginativas como las que confeccionan clandestinamente sus seguidores, tipo Prince plays the blues.

Desde que nos abandonó el 21 de abril de 2016, solo podemos hablar de dos novedades legítimas: el doble 4ever, publicado el pasado noviembre, que es una colección de grandes éxitos con un tema inédito, “Moombeam levels”, y la reedición de su obra más universal, Purple rain. Prevista para el 9 de junio, promete –al menos en su versión deluxe- el añadido de dos álbumes de canciones grabadas por aquella época más las filmaciones de dos conciertos.

El fabuloso legado de Prince todavía no está centralizado ni catalogado ni (mucho menos) listo para ser editado

Pero hay incertidumbre en el horizonte. En 2014, ante el pasmo general, Prince hizo las paces con Warner, la discográfica contra la que se rebeló a mediados de los noventa. El pacto le permitiría recuperar la propiedad de los discos editados entre 1978 y 1996, con la excepción de las bandas sonoras. Hasta la trasferencia del control total a Prince, Warner podría explotar ese tesoro con reediciones y recopilaciones aprobadas por el artista. Cierto que eso suponía una diligencia que, en la práctica, no hemos visto.

En febrero de 2017, el gigante Universal anunciaba haber firmado con los herederos un acuerdo millonario que cubría todo lo editado por Prince desde que se emancipó, en 1996, aparte de –atención- los discos más apetitosos lanzados por Warner. O la nota de prensa estaba mal redactada o alguien había metido la pata: no podían entrar en el paquete las joyas todavía propiedad de Warner.

A todo esto, Prince murió sin testamento. Sus herederos podrían ser cuatro o (a la espera de decisiones judiciales) incluso seis personas. Estos beneficiarios no muestran unanimidad en, por ejemplo, aplaudir la labor de Charles Koppelman y L. Londell McMillan, dos veteranos del business discográfico encargados de gestionar el legado, que han sido los artífices de los contratos con Universal y otras empresas.

Los legatarios de Prince refunfuñan ante el porcentaje (10 %) reservado para los dos negociadores. Pero andan igualmente preocupados por la llegada de una factura de Hacienda que podría alcanzar los cien millones de dólares. Se mencionan proyectos a medio o largo plazo: documentales, un biopic, un espectáculo del Cirque du Soleil, musicales para Broadway. Mientras tanto, urge invertir en Paisley Park, el combinado de estudios / local de ensayo / residencia al suroeste de Minneapolis; será el Museo Prince. En la entrada, ya se puede ver la urna que (supuestamente) contiene las cenizas del difunto. Esas cosas funcionan, insisten los organizadores.

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