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La película de la semana | El otro lado de la esperanza
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Kaurismäki: lo tomas o lo dejas

El cineasta finlandés desprende magia en su cine y su público es fiel: no es un vendedor de humo. Tiene algo que contar y sabe cómo hacerlo

Desde la izquierda, Sherwan Haji, Simon Al-Bazoon y Sakari Kuosmanen, en 'El otro lado de la esperanza'.

EL OTRO LADO DE LA ESPERANZA

Dirección: Aki Kaurismäki.

Intérpretes: Sherwan Haji, Sakari Kuosmanen, Ilkka Koivula.

Género: drama. Finlandia, 2016.

Duración: 98 minutos.

Si un espectador con apetitos convencionales (tan legítimos como los que están convencidos de que su paladar cinéfilo solo admite la exquisitez, la autoría trascendente, el intelectualismo hermético, el tono críptico para deleite de iniciados) se acerca por primera vez al cine del director finlandés Aki Kaurismäki puede flipar en colores, dudar entre si lo que está viendo va en serio o le están tomando el pelo, si los personajes son seres profundamente humanos o extraterrestres tan perdidos como desconcertados en la Tierra. Se preguntará también por su inexpresividad gestual y la excéntrica sobriedad de sus diálogos. Puede percibir que ese universo tan raro desprende cierta magia o no entender lo que pretende contar el director y aburrirse hasta la exasperación con su estilo narrativo. Su público, aunque sea minoritario, es fiel, lo cual le permite al autor de un cine tan raro encontrar distribución comercial. Eso le diferencia de bastantes autores que provocan orgasmos mentales a gran parte de la crítica, pero que constatan con estupefacción cómo sus exquisitas criaturas solo disfrutan de su único momento de gloria en los festivales y en las filmotecas, ya que sus películas difícilmente van a estrenarse ni en las salas donde acude el gran público ni tampoco en las que proyectan lo que antes se denominaba grotescamente cine de arte y ensayo. Por muy vanguardistas que sean los exhibidores, no tienen vocación suicida, y se supone que además de su amor por el arte experimental viven del negocio del cine. O sea, que riesgos los justos.

Un amigo me cita al heroico Buster Keaton (palabras mayores para mí, una de las tres o cuatro mejores cosas que le ha ocurrido al cine) relacionándolo con la actitud de los perdedores (¿o finalmente ganadores?) que pueblan el universo de Kaurismäki. No está descaminado. Se mantienen impasibles, poseen una pureza extraña, pero encarnan la determinación absoluta cuando están convencidos de algo y deciden actuar. Casi siempre defendiendo causas perdidas, gente a la intemperie.

El otro lado de la esperanza no es mi kaurismäki favorito, pero sí una película insólita, agridulce y bonita. Como en la excelente Le Havre, este amante del vino y de las personas sin estrella vuelve a hablar de los refugiados, de los que han perdido todo o casi todo aunque no pueden renunciar al instinto de supervivencia. Retorna a esa Helsinki que su cámara convierte en una ciudad espectral para retratar la lacónica angustia de un sirio que ha perdido a casi toda su familia en los bombardeos. Solo tiene la esperanza de encontrar viva a una hermana desaparecida. Y ni siquiera en la civilizada y modélica Finlandia se va a librar de una burocracia que mira con lupa a los que buscan asilo, de los nazis patrióticos y matones a la caza de sarnosos inmigrantes, del miedo permanente a no encontrar su patético lugar en el mundo. Y encontrará solidaridad y calor no solo en otros refugiados que pudieron escapar del infierno pero que malviven en un refugio que imaginan temporal, sino también en los friquis locales, en esa gente pintoresca, dadaísta, sombría y siempre reconocible que solo puede pertenecer al mundo de Kaurismäki, desde un cincuentón voluntariamente mudo, que ha abandonado a su mujer, su casa, su trabajo de toda la vida para esconder su desolación poniendo en marcha un restaurante imposible hasta los resignados y tragicómicos camareros que ha heredado.

Y como el que avisa no es traidor, repito que es tan lógico que el neófito en el cine de este señor tan raro pueda exclamar con indignación: "¿qué coño es lo que estoy viendo y escuchando?" como que salga con una agradecida sonrisa del cine. En mi filmoteca casera, donde guardas con celo el cine que siempre has amado, el que no envejece o lo hace muy bien, el que te sigue despertando sensaciones impagables aunque te lo sepas de memoria, no hay sitio para la obra completa o parcial de este director, pero es grato conectar de nuevo, de cuando en cuando, con alguna de sus películas. No es un vendedor de humo. Tiene algo que contar y sabe cómo hacerlo.

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