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Crítica | ÚLTIMOS DÍAS EN EL DESIERTO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un pedo y el silencio de Dios

El Diablo desafía a Jesucristo con la resolución de un problema encarnado en una familia en proceso de asentamiento

Imagen del rodaje de 'Últimos días en el desierto'.

El Diccionario de la RAE define pedo como “ventosidad que se expele del vientre por el ano”, pero, tras ver el séptimo largometraje de Rodrigo García, alguien podría definirlo, también, como el antónimo de eso que denominamos el silencio de Dios. En una secuencia de esta película que prefiere acercarse a la seducción de la paradoja que rendirse a la imposición del sermón, Jesucristo escucha un pedo ajeno… y se ríe. Como humano que es. De hecho, si algo tiene especialmente claro Últimos días en el desierto respecto al espinoso tema de la doble naturaleza del personajes es que de lo único que se puede dar fe es de que Jesucristo era un hombre y, como tal, alguien capaz de corresponder a la zumbona injerencia de un pedo con una risa. Y alguien susceptible de ahogarse bajo el imponente silencio de Dios. Y alguien capaz de dialogar con su propio lado oscuro: quizá el diablo no sea más que el amigo imaginario que nos facilita nuestra psique para ser mejores. O peores, según el caso. Otra de las ideas brillantes de esta película con alma de parábola y, por tanto, estructurada en versículos visuales y construida con elementos mínimos, es la de confiar la interpretación de Jesús y el Diablo al mismo actor: un Ewan McGregor que afronta el reto con dos leves cambios de temperatura de un mismo comedimiento.

ÚLTIMOS DÍAS EN EL DESIERTO

Dirección: Rodrigo García.

Intérpretes: Ewan McGregor, Ciarán Hinds, Tye Sheridan, Ayelet Zurer.

Género: drama. Estados Unidos, 2015

Duración: 98 minutos.

En Últimos días en el desierto, el Diablo desafía a Jesucristo con la resolución de un problema encarnado en una familia en proceso de asentamiento. Mientras el Diablo evoca la naturaleza terrorífica de la divinidad y Jesús se debate entre los actos y las palabras, la película avanza hacia un epílogo sintético, resonante, terrenal y al tiempo enigmático, que eleva el alcance de esta paradójica película laica sobre la fe.

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