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Crítica | Incierta gloria
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La batalla interior de la Guerra Civil

Villaronga sigue fiel a su cine de almas ennegrecidas, a su poético estilo visual, a sus relatos sobre cuerpos destruidos

Javier Ocaña

INCIERTA GLORIA

Dirección: Agustí Villaronga.

Intérpretes: Marcel Borràs, Núria Prims, Oriol Pla, Bruna Cusí, Luisa Gavasa.

Género: drama. España, 2017.

Duración: 115 minutos.

Han pasado justo 30 años desde que Agustí Villaronga escandalizara al Festival de Berlín con la sensacional, perturbadora y enfermiza Tras el cristal, su primer y transgresor exabrupto, y el director mallorquín sigue fiel a sí mismo. A su cine de almas ennegrecidas; a su poético estilo visual; a sus relatos sobre cuerpos destruidos; a esos personajes que, como la araña negra que protagoniza su nueva película, atraen hacia su tela a los que le rodean para contagiarles una vileza que no es sino pura defensa personal. Incierta gloria, incuestionable heredera de Pa negre, Goya a la mejor película, su mayor éxito, si es que tal palabra es plausible dentro del universo de un autor tan personalísimo, complejo y alejado de las convenciones, sobre todo las morales, es otra obra mayor. Una fantástica producción ambientada en la retaguardia de la Guerra Civil, donde las batallas, incluidas las combatidas contra uno mismo, podían ser aún más cruentas que en el frente.

No hay discursos políticos en Incierta gloria porque en el cine de Villaronga el auténtico ideal suele ser el mal. Así, a secas. Y, sin embargo, entre las rendijas de una historia con apariencia de folletín e inquietante lírica de la destrucción y la extrañeza, basada en una novela de Joan Sales, se cuelan buena parte de las causas de la tragedia. La situación social, la lucha de clases. Los de arriba y los de abajo. En un frente de Aragón en estado de barbecho, donde apenas se pegan dos tiros porque la importancia estratégica varía a cada momento, habitan los hunos y los hotros, que dijo Unamuno, su locura colectiva y su suicidio moral. Y también habitan los que, como Manuel Chaves Nogales, se preguntan dónde empezó el contagio, los que deambulan entre la batalla en una suerte de heroísmo demente y desideologizado con el que, sensibles y concienciados sólo con el amor, casi en mayúsculas, únicamente puede salir derrotados.

A la trascendencia de fondo, a su salvaje noción de la existencia, a su bárbara expresión de las múltiples contiendas que se viven en tiempos de guerra, casi todas interiores, Incierta gloria suma una producción impecable y unos magníficos acompañamientos formales y artísticos: la fotografía de Josep M. Civit, el diseño de producción de Ana Alvargonzález, la banda sonora de Marcús JGR, arriesgada, modernísima. Y un redondo plantel de intérpretes, alejado de lo habitual, que acumulará candidaturas a los Goya en todas sus vertientes.

Villaronga, puesta en escena de simbólico sentido de la lírica, estampas inolvidables de una viuda negra que no es sino la propia España, sorprendentes planos frontales para marcar las contiendas, ha compuesto una gran película sobre la Guerra Civil. Pero no solo. También sobre nuestros demonios más encarnizados, los que afectan no a la mente sino a las tripas, a nuestro inexplicable y siniestro sentido de la crueldad.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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