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Liga Santander
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Torres está vivo, el fútbol está muerto

La decisión de prolongar el partido hasta el 97 y los cánticos de los ultras demuestran la enfermedad de un deporte insensibilizado

El jugador del Depor Bergantiños, tras el golpe. En vídeo, declaraciones de Simeone y Pepe Mel. Foto: CABALAR (EFE)Foto: atlas

El aspecto malote de Giménez y sus tatuajes de presidiario parecían anoche el disfraz de un niño inconsolable. No quería mirar el central uruguayo. Parecía el banderillero de un matador exánime. Y se desmoronaba entre lagrimones, tan abstraído en el dolor y en el sobrecogimiento que hasta ignoraba la presencia de las cámaras.

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Le sucedía lo mismo a Alex Bergantiños, no ya contrariado por la escena del futbolista abatido, sino impresionado por haber provocado él mismo el encontronazo. Y se temió "lo peor", como lo peor se temieron los futbolistas que acudieron a socorrer a Torres. Vrsalijko le abría la boca para evitar que se ahogara. Y los médicos de ambos clubes organizaban un hospital de campaña, al tiempo que los jugadores arropaban la escena, aunque fuera para preservar la intimidad del Niño en una impactante agonía.

Impresiona, avergüenza, que semejante drama no fuera capaz siquiera de contraindicar los peores hábitos del fútbol. Los ultras del Depor se pusieron a corear la memoria de Jimmy por la gloria de las antiguas reyertas callejeras. Y el árbitro, Clos Gómez, del colegio aragonés, decidió que el espectáculo tenía que continuar -"the show must go on"-, de forma que el Atleti y los blanquiazules se vieron envueltos en una absurda prolongación, obligados al fingimiento de un partido convencional. Como si nada hubiera pasado. Y nada pasó finalmente, pero la incertidumbre que suponía la conmoción de Torres y el duelo que se había constituido en el césped y en la grada -modélicos los aficionados deportivistas en sus ovaciones al delantero-, contradijeron la despiadada y estúpida decisión de dilatar el partido. No ya hasta el minuto 90, en sentido reglamentario, sino hasta el 97, como si fuera necesario descontar cada minuto, cada segundo, del tiempo que el Niño había "interrumpido" el partido. O jodido el partido mismo, con su desmayo intempestivo.

Fue un espantoso ejercicio de insensibilidad. Y una demostración de la inviolabilidad del fútbol en sus arcaicos esquemas mentales. No tenía sentido alguno forzar a los jugadores a un ejercicio de amnesia. Ni lo tenía decirles a Giménez y a Bergantiños que se despojaran de los sentimientos. Y constreñirlos a pelear por el balón.

El propio Simeone se abstrajo del drama. Impresionaba la frialdad con que daba órdenes y reorganizaba el partido mientras Torres yacía como un pelele. Suponemos que lo hacía porque alguien tenía que sobreponerse al dramón, pero el mismo ahínco con que resolvió el contratiempo de la inferioridad numérica podía haberlo empleado para acordar con Pepe Mel un armisticio. No era tan difícil. Se trataba de dejar el balón en el centro del campo. Y esperar sólo unos minutos, dos tres, hasta que el señor colegiado fuera consciente de este absurdo ejercicio de burocracia balompédica.

¿Qué tiene que pasar para que el balón se detenga? La pregunta tiene sentido en el colapso que sobrevino con la caída de Torres. Y no lo tiene si recordamos que el 11-S no detuvo la jornada de Champions como el 11-M no detuvo la jornada de liga.

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