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Crítica 'El guardián Invisible'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La profesionalidad de lo impersonal

A pesar de su juventud, hay mucho oficio, control y sabiduría narrativa y visual en el director Fernando González Molina. Pero no hay brillantez

Javier Ocaña

EL GUARDIÁN INVISIBLE

Dirección: Fernando González Molina.

Intérpretes: Marta Etura, Elvira Mínguez, Francesc Orella, Itziar Aizpuru.

Género: thriller. España, 2017.

Duración: 129 minutos.

Con apenas cuatro películas, y sin escribir una sola línea, Fernando González Molina se ha convertido en el narrador más exitoso del último cine español, en el director perfecto de una serie de triunfadoras novelas que, en principio, poco se parecen, pero que en su paso al cine han adquirido bajo su control la imagen, el estatus y el tono más idóneos para que esas películas fueran las perfectas hijas cinematográficas, comercialmente hablando, de sus victoriosas madres literarias. Lo que no quiere decir que sus películas sean buenas. A pesar de su juventud, hay mucho oficio, control y sabiduría narrativa y visual, teniendo en cuenta a quién van dirigidas. Pero no hay brillantez.

Tres metros sobre el cielo y Tengo ganas de ti, novelas de Federico Moccia adaptadas por Ramón Salazar, Palmeras en la nieve, novela de Luz Gabás adaptada por Sergio G. Sánchez, y El guardián invisible, novela de Dolores Redondo adaptada por Luiso Berdejo, comparten a González Molina como director. También el triunfo en taquilla de las tres primeras, y el presumible de la cuarta. El guardián invisible, que nunca se hace larga, aunque lo sea, es pulcra, tiene un excelente ritmo y una puesta en escena de artesano, impersonal pero efectivo. No hay autoría, y probablemente nadie se la pida. Es decir, pese a sus variados paralelismos (crímenes en serie, ambiente siniestro, influencia del entorno, policías patrios...), no es La isla mínima.

El retrato de roles es bueno, y las tramas sobre el pasado de los personajes, fundamentalmente el de la mujer policía protagonista, enriquecen. Sin embargo, la película resulta a veces demasiado retórica y redicha en su parafernalia del lenguaje policial, con todos esos enlaces entre frases ("si bien..."; "por lo demás...", y otros del estilo), tan forzados gramaticalmente y tan poco coloquiales, que además llevan a ciertos intérpretes a verbalizar los textos con impostura, casi declamándolos.

La producción, el empaque de la música de Fernando Velázquez y la enigmática belleza del entorno del Baztán otorgan sabor y olor a la intriga, que siempre fluye bien. Pero, como contrapartida, nunca se fuerza el elemento social, clave en la historia, al que le falta ambigüedad, incomodidad, dureza. Y el elemento mágico, el más discutible, puede que sume en el lenguaje de una novela, presto a la imaginación del lector, pero siempre resta en el de la película, quizá imposible de resolver visualmente.

El guardián invisible es una película muy profesional, que sabe a lo que va. Y también demasiado académica, incluso en las pistas sobre la identidad del culpable, que, a poco que haya espectadores listos, adivinarán desde demasiado pronto.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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