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COLECCIÓN CLÁSICOS DISNEY

La obsesión por la innovación

La compañía heredó de su creador su pasión por los avances tecnológicos, porque sus películas maravillaran al público con lo último de la animación

Un boceto de Fantasía, incluido en 'The Walt Disney Film Archives. The Animated Movies', publicado por Taschen.
Gregorio Belinchón

Walt Disney decidió ser Disney el día en que Universal Studios le birló los derechos de autor de Oswald, el conejo afortunado. Sí, lo creó para la major, pero para el gran público su nombre no existía. Disney ya había montado una pequeña empresa de animación que había quebrado en Kansas City, lo que le había obligado a mudarse a Los Ángeles y a trabajar para otros. Y Oswald no le dio fama, pero sí dinero. Entre los dólares y el orgullo herido, el animador salió catapultado hacia la fama. Por cierto, la empresa no recuperó a Oswald hasta 2006.

Los primeros pasos de una revolución

Hay una película muy extraña en el mundo Disney para sus estándares habituales. Tron (1982) no se parece en nada a ese universo, y nació como reflejo de la eclosión del mundo de los videojuegos. Durante siete años, en la compañía se afanaron en hacer creíbles aquellas prodigiosas carreras de motos. Hoy suena hasta casi ridículo, pero en aquel momento desarrollar 1.100 tomas con efectos digitales -200 de ellas con acción real incorporada- fue un esfuerzo gigantesco. Para cada fotograma se necesitaban 48 millones de bits de información y seis horas de producción. El resultado estuvo a la altura del esfuerzo, e iluminó un camino hoy transitado por todo el cine: la revolución digital, el uso de ordenadores para mejorar las películas, desde secuencias a las que limpiar de cables que sujetan a especialistas o elementos físicos que no encajan temporalmente con la trama a la producción íntegra de historias. Pero todo eso, en 1982, sonaba a ciencia ficción.

La historia de Disney es la de un hombre obsesionado con las novedades técnicas, con el marchamo de calidad de su obra y porque su nombre estuviera asociado a ambas cuestiones. La pérdida de Oswald le llevó a crear a Mickey Mouse, que debutó el 15 de mayo de 1928 en Plane Crazy, un cortometraje mudo. Después llegó el revolucionario Steamboat Willie, que ya era sonoro gracias al sistema monoaural de Cinephone (usado en El cantante de jazz), con el que sincronizaba efectos de sonido con la música compuesta por Wilfred Jackson y Bert Lewis.

Y así surgió su serie Silly Symphonies, en la que jugó con técnicas variadas, como Flowers and Trees (1932), primer corto animado en Technicolor. El filme iba a ser en blanco y negro; sin embargo, Disney paralizó la producción con un 60% acabado y obligó a realizarlo en color. Flowers and Trees ganó el primer Oscar al Mejor Corto de Animación. Llegó el gran paso adelante: Blancanieves y los siete enanitos (1937), 1,5 millones de dólares de la época de presupuesto, que llevó incluso a Disney a hipotecar su casa. Para su creación utilizaron la cámara multiplano, diseñada por William Garity, que ya habían testado con éxito en The Old Mill, uno de los cortos en 1937 de Silly Symphony. Con la cámara se pueden superponer varios planos de forma coordinada, ganando así profundidad.

Un dibujante muestra el proceso de creación de un personaje en el Walt Disney Studios Park de París.
Un dibujante muestra el proceso de creación de un personaje en el Walt Disney Studios Park de París.

Justo cuando Blancanieves se convertía en la película más taquillera de la historia, el estudio remataba la producción de Fantasía, filme que usaba por primera vez, en un título comercial, el sonido estereofónico multicanal, que Disney bautizó como Fantasound: 33 micrófonos grababan en ocho máquinas a una orquesta de 85 músicos. De esas grabadoras, siete registraban canales y sonidos y la octava se dedicaba al sonido ambiente de la orquesta. En cuanto al avance visual, Canción del Sur (1946) combinó por primera vez en un largometraje actores de carne y hueso con dibujos animados, una mezcla que varias generaciones recuerdan con cariño como lo mejor de Mary Poppins, y otras rememoran de Tron. Todos los avances técnicos en Disney perseguían unir dos conceptos: maravillar al espectador y facilitar el trabajo. Por ejemplo, en 1961, 101 dálmatas introdujo un nuevo proceso de serigrafía con lo que con las cámaras Xenon podían transferir dibujos directamente a celuloide, eliminando el entintado.

Dos últimos saltos gigantescos: el primero se dio con Tron (1982). En su producción trabajaba como uno más un joven llamado John Lasseter. Vio un boceto de la secuencia de la carrera de las motos, soltó en una reunión que debía hacerse un corto con fondos digitales –lo que ayudaría a la mejor producción de Tron- y le despidieron. Sin embargo, la digitalización era el camino del futuro de la animación. Disney acabó por aceptar ese proceso, que se empleó en un plano de La sirenita (1989) y que acabó estallando en La bella y la bestia (1991), el segundo gran salto al convertirse en la primera película de animación candidata al Oscar a mejor película. Se acabó el celuloide, las cámaras multiplano… Tomaron el poder los programas informáticos, las supercomputadoras, el escaneado. Y en un curioso giro de la historia, aquel chaval, Lasseter, encontró trabajo en Lucasfilm Computer Graphics, que comprada por Steve Jobs se convirtió en Pixar. La empresa creció y creció, convirtiéndose en el motor de la revolución de la animación. Disney acabó adquiriendo Pixar, pero el pez pequeño maneja al grande: Lasseter es hoy el director creativo de Pixar y de Walt Disney Animation Studios.

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Sobre la firma

Gregorio Belinchón
Es redactor de la sección de Cultura, especializado en cine. En el diario trabajó antes en Babelia, El Espectador y Tentaciones. Empezó en radios locales de Madrid, y ha colaborado en diversas publicaciones cinematográficas como Cinemanía o Academia. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster en Relaciones Internacionales.

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