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Celta - Alavés: esfuerzo sin remate en Balaídos

Los dos equipos dejan la decisión de su semifinal de Copa para el partido de vuelta en Vitoria tras un empate sin goles en un partido muy cerrado

Iago Aspas se lamenta tras un remate al larguero.Foto: atlas | Vídeo: MIGUEL RIOPA AFP / Atlas

Lo imaginaban los protagonistas y así será. Celta y Alavés sustanciarán el próximo miércoles en Mendizorroza una semifinal agónica en la que la ilusión se ha revestido de sudor. La ida no encontró resolución en un partido cerrado y vigoroso que encontró además el punto épico de una incesante lluvia. Todo queda abierto. Lo tiene en la mano el Alavés, que con una mínima victoria ante su gente habrá llegado a su primera final de Copa, pero también lo acaricia el Celta, que llegará a esa instancia decisiva si, al menos, logra un empate con goles.

El Alavés tiene una cualidad que le puede llevar a cualquier podio. Es un equipo que convierte los partidos en un jeroglífico para el rival, un dolor de cabeza que impacta si se considera que se trata de un equipo con un plantel remozado casi al completo el pasado verano y con un entrenador contratado también durante el estío. Pero se ha ajustado de tal modo que desactiva al más pintado. Lo hizo con el Barcelona, el Atlético hasta en el partido contra el Real Madrid que finalmente le remontaron los blancos. Lo hizo con el Celta en Balaídos hace apenas dos semanas, partido referencial para entender esta cita copera. Berizzo y el Celta sabían por donde les iba a incomodar el rival, pero en el esfuerzo por desembarazarse acabaron durante largo tiempo en una telaraña.

El Celta imprimió ritmo de inicio. Era la clave, recuperar y golpear, apoyarse en la movilidad de Aspas, que se alineó en la punta, pero apenas ofreció pistas a los centrales. Encontró problemas hasta que se acomodó el Alavés. Lo hizo a través de las mismas armas que el Celta, la asfixia en la medular que obligó a los centrales a iniciar el juego y buscar soluciones con el pase porque les faltó audacia, seguramente talento para comenzar con conducciones. Por ahí se atascó el partido, por ahí comenzó a padecer el Celta, obligado a saltarse la medular para encontrar a sus delanteros en largo. No es ese el plan en el que se siente a gusto el equipo gallego, que se encontró sobre el campo plagado de centrocampistas que no tocaban la pelota.

El partido se orientó hacia los intereses del Alavés, que fue a más porque tipos como Camarasa lo orientaron. Cuando el equipo necesitó audacia, apareció el centrocampista valenciano para romper líneas. A su rebufo sus compañeros pasaron de perseguir rivales a subir líneas, a vencer en los duelos, a llamar a la profundidad y no sentirse apurados. El paso de los minutos alejó al Celta del área de su rival y le invitó a proteger su espalda, sin capacidad para rematar entre los tres palos durante casi una hora, asustado en una llegada de Manu García que a centro del inevitable Camarasa obligó a Sergio Álvarez a presentar credenciales gatunas.

Sergio Álvarez despeja ante el intento de remate de Manu García.
Sergio Álvarez despeja ante el intento de remate de Manu García.Octavio Passos (Getty Images)

No es tan sencillo afeitar el colmillo del Celta. Las miradas, la comunicación gestual de los futbolistas, también la de Berizzo, delataba que estaban en problemas. Se incomodaron en la incapacidad para verse cerca del gol, en la incomodidad para combinar, incluso para restar. Le costó recuperar la pelota al Celta y cuando lo hizo no encontró la manera de desplegarse. Trató entonces de explotar la opción del balón parado y a través de ella pudo marcar Aspas en la primera intentona seria, desbaratada por un sólido Pacheco. Para entonces el partido ya avanzaba en su segunda parte y un nuevo agente se añadía a la liza. El cielo se abrió sobre Vigo y descargó un fenomenal chaparrón. La hierba trocó en cristal y justo ahí se encontró por fin cómodo el Celta. Encontró los caminos a Aspas, que cada vez que apareció sembró el pánico entre el entramado alavesista. Lo activó Wass en una acción en la que operó de nueve y dejó la pelota con la testa para que el zurdo de Moaña, con la derecha, rematase con estrépito al larguero.

El Alavés comenzó a resbalarse. En todos los sentidos. Y cuando Aspas se desata es como el más devastador de los temporales. Lo intentó de chilena, con el exterior, desde dentro y desde fuera del área. Pellegrino abrió el paraguas y llamó a Vigaray para retirar a Ibai Gómez. Faltaba un cuarto de hora para el final y su equipo ya solo miraba hacia su espalda. La guardó no sin sufrimiento porque en el último arreón Roncaglia remató al palo para un Celta que peleó y supo sobreponerse a los problemas que le planteó un hercúleo oponente.

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