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Referéndum constitucional
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Otro día tremebundo en Italia

El referéndum ha originado uno de esos ciclos de pánico en el país, en los que nunca sucede lo que se espera y que suelen acabar en nada

Preparativos para el referéndum en un colegio electoral de Roma.Foto: atlas | Vídeo: EFE | atlas
Íñigo Domínguez

Hay algo paradójico en decir que el voto antisistema en Italia es el del “no”. Porque quizá sea al revés: es el sistema el que se defiende, como siempre en Italia, y se niega a cualquier cambio. De ahí que quien está harto de que nada cambie, aunque esta reforma sea muy mejorable, vote "Sí" solo para que cambie algo, porque peor no puede ser. Italia es un curioso país refractario a cualquier novedad, pero especialista en producirlas e inventarlas. Adora la creatividad de superficie –la moda, por ejemplo- mientras lo de siempre siga como está.

En este caso basta ver la lista de quien se opone a la reforma constitucional: todo el mundo, salvo Renzi. De exfascistas a compañeros de partido de izquierda del propio primer ministro. Gente que no se pondría de acuerdo ni para organizar una merienda. Tienen sus razones, algunas muy sensatas, y sobre todo un temor endémico, el de tocar una Constitución que se ideó en la posguerra para evitar que volviera a aparecer un Mussolini, alguien que acumule todo el poder. También parece un sacrilegio dejar el Senado en una cámara ornamental sin elección directa, pero ya es así en Francia o Alemania, por ejemplo. Es significativo que la gran mayoría de los italianos residentes en el extranjero vayan a votar “Sí”, según las encuestas. Se fueron de Italia porque no funciona y lo ven desde fuera.

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Pero también hay un componente nada desdeñable de oportunismo político, bien es verdad que propiciada por el propio Renzi: el referéndum es una invitación a votar contra él, al margen de lo que se pregunte. Un dato para comprender la fiabilidad de los ideales de gran parte de la clase política italiana: en estos tres años de legislatura ha habido ya 363 cambios de partido en el Parlamento. Probablemente mientras lee esto algún diputado esté traicionando al suyo y pasando a otro. Además de altos ideales, tanto el PD, el partido de Renzi, como Berlusconi, o Salvini, o Grillo, quieren echarle, por encima de todo.

Pero lo que se pregunta sí tiene como objetivo algo esencial en Italia, acabar con un sistema que hace que gobernar el país sea un dolor de muelas, y cualquier objeción es menor ante la posibilidad de conseguirlo, porque tendrán que pasar décadas antes de que se dé la conjunción de planetas necesaria para volver a intentarlo. Ahora se ha dado porque por primera vez en muchísimo tiempo en Italia no hay oposición ni tiene líderes –por eso ha visto una ocasión de oro de tomar cuerpo en el referéndum- y Renzi es una figura anómala y con una notable falta de escrúpulos, para lo bueno y para lo malo. Ha encarnado precisamente ese deseo colectivo de cambiar el país de una vez, sin ser Beppe Grillo que da más miedo.

Ni siquiera Silvio Berlusconi, que con su coalición logró la primera mayoría absoluta en casi sesenta años en 2001, consiguió hacer gran cosa. Y él mismo sometió a referéndum una reforma constitucional, mucho más incisiva que la actual en los poderes del primer ministro, que perdió en 2006, aunque en Europa no cundieron las alarmas y no se enteró nadie. El centroizquierda intentó en 2007 una gran reforma liberalizadora que tras una guerra desesperada de todos los gremios, sectores y tribus italianas imaginables se quedó en un decretillo cuyo gran logro era que las peluquerías por fin podían abrir sin limitación de distancia de otra.

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En resumen, todo el mundo está de acuerdo en que la arquitectura institucional debe cambiar, pero jamás se pondrán de acuerdo en cómo. De hecho los sondeos predicen que ganará el “no”. Pero si es así, pese a todo el alarmismo, la tradición indica que seguramente no pasará nada. En 70 años Italia ha tenido 41 jefes de Gobierno, frente a 15 de Reino Unido y 8 de Alemania. No es que irrumpa la inestabilidad, es seguir como siempre.

Se dice que Renzi quizá dimita y habrá elecciones, pero antes habría que retocar el sistema electoral, que ahora está cojo por una sentencia del Constitucional y un inverosímil culebrón difícil de resumir, como casi todos los asuntos italianos, y pasarán meses. De todos modos habrá elecciones igual, salga lo que salga. Argumento maquiavélico: aun perdiendo con el 45 % de los votos Renzi se los puede atribuir él solito, cosa que no puede hacer su variopinta tropa de adversarios con el triunfo. En unas elecciones sería un alto porcentaje de voto y ya esgrimió este sofisma en las europeas. Vive de referencias sin haberse presentado nunca a las urnas, un genio. Pase lo que pase, caerá de pie. Se dice que en unos comicios ganaría Grillo y eso sería el fin, pero habrá que verlo. Si Grillo sigue teniendo posibilidades es porque la clase política tradicional no hace más que darle la razón: su lema es echarles, y la gente comparte ese deseo en lo más profundo de su alma.

Lo único previsible es que Italia entrará en uno de sus circos cíclicos, llenos de sorpresas, clímax de pánico y montañas rusas, pero sin prisas, en el que no sucederá nada de lo que se piensa, y que acabará con la sensación de que todo se coloca en su sitio otra vez. Habrá sido otro día tremebundo más en Italia. Ya han vivido muchos así, y este no es de los peores. El resto del mundo seguirá el espectáculo atónito sin entender nada y pasará a otra cosa. Alinear el referéndum italiano con el Brexit y Trump puede haber sido más bien cosa de tertulianos simplificadores. Italia siempre es un caso aparte.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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