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El ISIS quema petróleo para frenar el avance de la coalición hacia Mosul

Los peshmergas alimentan la ofensiva y creen que mucho depende de lo que haga la población del feudo yihadista

Una columna de humo se eleva sobre las afueras de Mosul tras un ataque de la coalición.Foto: atlas | Vídeo: AP / ATLAS
Juan Diego Quesada (Enviado especial)

Al segundo día de batalla, una nube negra tiñó el cielo de Mosul. Una espesa niebla dificultó el avance de las tropas iraquíes y kurdas que tratan de hacerse con la ciudad, la segunda más importante de Irak, en manos del Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) desde hace dos años. Los yihadistas incendiaron un yacimiento petrolífero para cegar los aviones enemigos e impregnaron la batalla de un aire apocalíptico. Aun así, los aliados volvieron a ganar terreno por segunda jornada consecutiva e hicieron ondear la bandera iraquí en las villas reconquistadas. Soldados con la cara tiznada sostenían el estandarte.

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La batalla empezó temprano, al alba. Los soldados desplegaron su esterilla y rezaron en medio de un páramo polvoriento, con Mosul al fondo. Al acabar, agarraron los Kalashnikov y las botellas de agua y marcharon hacia lo desconocido: detrás de esa tela negra que envolvía el horizonte se escondía el enemigo.

“Hemos avanzado y claramente estamos desestabilizando a Daesh. Va a depender mucho de la población que está dentro de Mosul. Si ellos se dan cuenta de que están perdidos y tienen que ayudarnos, todo será mucho más sencillo”, explicaba el coronel Mahdi, encargado de la base kurda de Majmur, donde se centraliza buena parte de la gestión de la batalla.

Si en el frente se habla del territorio ganado, en la retaguardia se cuentan los muertos. Los kurdos han perdido seis hombres, quizá siete. A los ejércitos no les gusta hablar de los caídos en combate porque tiene que ver con el fracaso. Mientras Mahdi comenta los avances sobre el ISIS con un corrillo de soldados y de vez en cuando pide silencio para escuchar lo que están diciendo en la televisión sobre la ofensiva, en un despacho del ministerio peshmerga —una oficina de la eterna guerra en la que viven— se encargan de llamar a los familiares de los fallecidos: “¿Es usted la madre? Su hijo murió como un héroe. Pase mañana a recoger su cadáver al hospital de Erbil. Allí le diremos la pensión que usted va a recibir”.

En Erbil, la próspera ciudad cercana a Mosul y capital del Kurdistán, los vendedores de gallinas seguían apostados en las esquinas de la carretera, los hojalateros continuaban rebuscando algún tesoro entre los montones de chatarra que les llega de Europa y las jóvenes de la clase alta celebraban cumpleaños en hoteles de cinco estrellas. Cuando has vivido siempre en medio de una guerra, los cañonazos son solo una música de fondo, como la radio para los abuelos que pasan los días solos en casa.

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Sin embargo, el valor del dinero es otro desde que comenzó la batalla. Sobre todo en los gremios que tienen que ver de alguna manera con el conflicto. El taxi que lleva hasta la base vale el triple que hace tres meses, el traductor no agarra el teléfono porque tiene una mejor oferta y los precios de las habitaciones de los hoteles se han disparado.

En las bases también circula con alegría el color verde del dólar. Sorani, el encargado de comprar la comida y arreglar los coches en Majmur, compra estos días en Erbil una pistola a 30 dólares, una réplica de una Glock de fabricación turca, y la vende a la tropa por 100 después de manipularla.

“Todo el mundo quiere ir lo más armado posible si vas al frente”, dice Sorani, el único que habla inglés de todo el regimiento.

El Estado Islámico tomó Mosul por las bravas, con una horda de iraquíes que conocían a la perfección la zona y extranjeros adeptos a la causa. Arrasaron la comisaría de policía e incendiaron los puestos de control. La bandera iraquí fue arriada y se colocó un paño negro con el símbolo del ISIS. Cambiaron los profesores en las escuelas y los imanes en las mezquitas. Se calcula que hay un millón de personas viviendo bajo ese régimen, donde escasea la luz, el agua, no hay Internet y la gente se divierte y se horroriza con las ejecuciones públicas. Puede que sea la ciudad más aislada del mundo. Por las bravas también va a tener que ser reconquistada.

Residentes consultados por la agencia Reuters denunciaron ayer que los milicianos del ISIS han empezado a utilizar a civiles como escudos humanos, forzándoles a instalarse en inmuebles que podrían ser objeto de ataques. Un portavoz del Pentágono sostuvo ayer que el ISIS empezó este tipo de maniobra desde hace semanas, y recalcó cómo sus milicianos se esfuerzan para impedir la salida de civiles de la ciudad.

Al caer la tarde decenas de camiones iraquíes circulan hacia sus alrededores. No solo cargados de armas, sino también de sacos de arena, excavadoras y maderos para levantar puestos en las zonas que están arrancado de las manos al califato. Tres policías que han llegado haciendo dedo hasta el check point más avanzado se dirigen a un futuro incierto.

“Hay que apoyar a las tropas y asegurar la zona”, dice uno de ellos, con un bigote que bien podría ser el de un mariachi. Aunque eso sí, añade, Dios nos proteja, no sabemos lo que nos vamos a encontrar. La nube negra no deja ver el horizonte y da miedo.

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Sobre la firma

Juan Diego Quesada (Enviado especial)
Es el corresponsal de Colombia, Venezuela y la región andina. Fue miembro fundador de EL PAÍS América en 2013, en la sede de México. Después pasó por la sección de Internacional, donde fue enviado especial a Irak, Filipinas y los Balcanes. Más tarde escribió reportajes en Madrid, ciudad desde la que cubrió la pandemia de covid-19.

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