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Cuidar los hijos de otras

Un documental hispano-francés explora la vida de madres latinoamericanas que trabajan como internas en España

Fotograma del documental En otra casa de Vanessa Rousselot.

Cuando tenía 14 años, la cineasta francesa Vanessa Rousselot vino a España con un programa de intercambio y vivió con una familia sevillana. En aquella casa, trabajaba una mujer peruana de 20 años “interna” que cuidaba a los niños y limpiaba. Tenía además una hija de un año que vivía en su país. A Rousselot le chocó aquel régimen laboral porque en Francia no era muy normal. “Me hubiera gustado hacerle muchas preguntas a aquella mujer, pero no me atreví”, explica Rousselot desde Biarritz, donde exhibe esta semana su documental, En otra casa.

Años más tarde, Rousselot trabajaba en América Latina con Yann Arthus-Bertrand, el artista que fotografía el mundo desde el aire, cuando conoció al hijo de una interna, que también criaba hijos ajenos en España. El chico abandonó la escuela al irse su madre y solo diez años más tarde logró enderezar su vida. “Me di cuenta de que era un tema sobre el que había muchas cosas que decir”.

Esas cosas las dicen las protagonistas del documental de Rousselot, una coproduccion franco-espanola de las productoras Catorce y La Huit que se estrena este fin de semana en el Matadero de Madrid y que ya se ha proyectado en festivales en América Latina y en Francia. Son empleadas de hogar, que suplantan en su día a día a madres biológicas en España y que a su vez son suplantadas en sus países de origen. Mujeres que tejen cariños y afectos aquí y en la otra orilla y que a menudo acaban envueltas en una maraña emocional desquiciante.

Ni buenos ni malos

Así contado, En otra casa podría parecer un documental de denuncia, pero no lo es. No hay moralina, ni buenos ni malos. Hay madres, mujeres, personas adultas, que idean estrategias mentales para sobrevivir a desafíos emocionales monumentales. “Heroínas”, como las llama Rousselot, que permiten a la creadora meter la cámara hasta las cocinas y los salones en los que trabajan. “Mi tema no son las condiciones de trabajo. He querido explorar su mundo interior”.

Cuatro años —búsqueda de financiación incluida— ha tardado Rousselot en ponerlo en pie. Recorrió primero las asociaciones de ecuatorianos, peruanos y otras comunidades latinoamericanas, pero nadie quería contar su historia. Un día cayó en una parroquia que frecuentan paraguayas. Allí pasó un domingo sí, otro no durante dos años. Allí se fue ganando la confianza de sus protagonistas. Y allí es donde transcurre una de las secuencias más emocionantes de la película. Cuando un domingo, con la iglesia abarrotada de mujeres, el cura recupera en el sermón confesiones de las trabajadoras. Como la de una que se enteró de que el dinero que enviaba lo gastaba su marido con otra. O como cuando la hija de 15 años de otra le contó por Skype que estaba embarazada. O la de la que “la señora de la casa” humilla y acaba por derrumbarse.

En la iglesia Rousselot encontró a las empleadas, pero faltaban los empleadores, los dueños y señores del universo doméstico en el que transcurre la vida de la interna. Uno tras otro le dieron con la puerta en las narices, hasta que por fin dio con una pareja “muy consciente de lo que aporta esa mujer [la empleada] a su familia, que accedió a participar. El elenco se completó y el documental vio la luz.

La historia no acaba aquí. No estaba en el guion, pero En otra Casa ha alargado su vida ya fuera de la pantalla. La proyección del documental en países de América Latina, ha vuelto a retorcer las vidas de las familias rotas. En Paraguay, cuenta Rousselot “fue catártico”. Familias que durante años han recibido las remesas que enviaban las trabajadoras se quedaron boquiabiertas al verla. No eran conscientes del sacrificio que habían hecho por ellos esas mujeres, porque las fotos de las libranzas domingueras de Facebook y las sonrisas de mamá vía Skype protegieron a los suyos.

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