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Semenya, Farah, Bustos, Felix, Centrowitz...

Antes de desmontarse el escenario, la última noche de atletismo ofreció algunos de los momentos más vividos de los Juegos

Mo Farah tras ganar el oro en 5.000.Vídeo: Cameron Spencer (Getty)
Carlos Arribas

En sus cuartos Juegos Olímpicos, Ruth Beitia, en el centro de la burbuja de salto de altura tiene cerrando los flancos a su entrenador, a su psicóloga, a su manager, al director técnico nacional, a media docena de atletas y entrenadores españoles. Goza de toda la atención. Para el atletismo español es la gran noche. El primer oro olímpico en 24 años, la primera mujer campeona olímpica, un poco de oxígeno en años de asfixia, la victoria de la que ya era, antes incluso del oro, la mejor atleta española de la historia, poseedora ya de 13 medallas internacionales conseguidas en un arco de 12 años. Para el atletismo mundial es otra noche más, la última de unos Juegos disputados, para tristeza de los que han mamado la historia olímpica antes incluso que la historia de su país, en un estadio sin llama ni bandera olímpica. Eso le duele a Jorge González Amo, veterano de México 68 y responsable de medio fondo, que sonríe, al fin, con David Bustos, séptimo en la final de 1.500m –el primer diploma español desde el cuarto puesto de Higuero en Pekín 2008-, y lamenta que el podio del himno y la bandera para Beitia no esté iluminado por la llama olímpica.

Mientras Beitia disfruta alegre de la competición más importante de su vida, los atletas del 1.500 dan vueltas a la pista y pasan como un tiovivo por la curva en la que las saltadoras se concentran en su batalla contra el listón caedizo. El 1.500 marcha a un ritmo lento ante la aparente abulia de Asbel Kiprop, el favorito, ya campeón olímpico en Pekín. La carrera es tan lenta que 11 de los 12 atletas entran en la última recta apelotonados, con posibilidades. Resuelve finalmente el norteamericano Matthew Centrowitz (3m 50s), que se adelanta al argelino Taufik Makhloufi y al veterano neozelandés Nick Willis.

Kiprop no puede lanzar su cambio, lo que sorprende a Bustos, que terminó justo después del mejor millero de la década. “No entiendo qué quería hacer Kiprop”, dice el mallorquín, de 25 años, una de las grandes promesas del medio fondo español, que ha recuperado con el entrenador Toni Roig la vitalidad y el deseo perdidos los últimos años. “Yo estoy contento porque aunque no me hizo mucha gracia pasar a la final repescado después de que me sacaran de la pista, he sabido correr mejor. He sabido abrirme para cambiar y llegar a la recta con más fuerzas. En series y en semis me dejaba los cambios intentando salir por el interior…”.

Centrowitz, que forma parte del grupo de atletas de Nike que se entrena, como Mo Farah, bajo la dirección del sulfuroso Alberto Salazar, es el primer norteamericano que gana en los Juegos la prueba reina del medio fondo desde que lo hizo Mel Sheppard hace más de un siglo, en 1908.

Durante su picnic en la pelousse del estadio del Engenhao, Beitia debió levantarse y ponerse firme una vez para oír el himno de Tayikistán en homenaje a un lanzador de martillo, el de Jamaica que le tocaron a Bolt por tercera vez, en esta ocasión acompañado de su relevo, el de Estados Unidos por su relevo femenino y hasta el de Grecia por Ekateríni Stefanídi, la campeona de pértiga. Si no estuviera pensando solo en su listón, podría haber reflexionado sobre la globalidad y el atletismo, sobre la universalidad de un deporte que puede encontrar a su mejor intérprete en una isla perdida del Pacífico, en lo más profundo de África o hasta en los límites del círculo polar. Desde la posición del salto se ve al fondo a los lanzadores de jabalina, y sus lanzas llegan volando como lluvia y parece que se van a acercar hasta doler, pero son espejismos, engaños de la vista. El podio es otro canto al atletismo ecuménico, con un ganador alemán, Thomas Röhler (90,30m, a solo 27 centímetros del récord olímpico), que llegó recién operado de la espalda, por delante de un keniano, Julius Yego (88,24m), y un habitante de Trinidad y Tobago, Kestorn Walcott (85,38m), campeón olímpico en Londres.

Donde llora Vlasic su dolor, a la altura de las gradas en las que Randall Cunningham, entrenador y padre de Vashti, la joven de 18 años que ganó en marzo el Mundial en pista cubierta, fulmina con la mirada a su hija, eliminada pronto en la final, aterriza Caster Semenya, que acaba de ganar la final de 800m. Su victoria, magnífica, después de una carrera en la que controló la distancia y a sus rivales como David Rudisha hizo en la carrera masculina hace unos días, es el triunfo de la voluntad en medio de un debate sobre cómo respetar el derecho a competir de las mujeres de condición intersexual que se habría llevado por delante a cualquier otra.

La mirada de los aficionados al deporte sobre las mujeres no ha cambiado mucho desde el Mundial de Berlín 2009, donde Semenya, joven campeona de 18 años entonces, fue maltratada cuando la IAAF hizo público que se estaba investigando su condición sexual y las ventajas que le supondría a la hora de competir. Siete años más tarde, la discusión ha sobrepasado los límites del deporte. Semenya (1m 55,28s, la mejor marca de su vida) superó en la última recta a la atleta de Burundi Francine Niyonsaba (1m 56,49s) y a la keniana Margaret Wambui (1m 56,89s), dos atletas que, como ella, para decirlo con palabras del editorial del New York Times, no son conformes al canon establecido durante siglos por la sociedad sobre la imagen que deben tener las mujeres, especialmente, las mujeres deportistas.

Ante este problema, la cuestión de la igualdad en la competición es secundaria, lo que no entendieron, obviamente, la mayoría de sus rivales, que le dieron la espalda a las tres a la hora de felicitarse tras la carrera. El abrazo solidario de Semenya y Niyonsaba, que contribuyó a la victoria de la sudafricana, lo compensó.

El carrusel que más vueltas dio alrededor de la altura fue el de los 5.000m que, guiado por los etíopes Gebremeskel y Gebrhiwet, condujo a Farah al trampolín de la campana, donde una última vuelta en 52,8s le permitió culminar su Lasse Viren, el dos veces dos de 5.000m y 10.000m en Londres 2012 Río 2016, que solo antes que él había logrado el finlandés, en Múnich 72 y Montreal 76. Con un sprint que siempre aparece cuando lo reclama, sean cuales hayan sido las condiciones de la carrera, el británico (13m 3,30s) superó al norteamericano de origen keniano, Paul Chelimo, y Gebrhiwet. En sus quintos Juegos Olímpicos, Bernard Lagat, de 41 años y doble medallista en 1.500m, terminó quinto (13m 6,78s).

Cuando Beitia, que milagrosamente ha podido contener las lágrimas, desciende del podio, ya es domingo también en Río. Los atletas españoles que han vivido la noche desde una grada baja junto al saltadero de altura, se retiran a la Villa hablando sin parar sobre lo que han visto. Allyson Felix sube después al podio para recoger, con el relevo largo norteamericano, su sexta medalla de oro en su carrera olímpica. Cuando el home of the brave, the land of the free se apaga, los trabajadores empiezan a desmontar el escenario. Sin los mejores atletas de todoel mundo, el Estadio Olímpico vuelve a ser un campo de fútbol en un barrio de Río.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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