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Cantando la que se nos viene encima

Los pinzones australianos transmiten a sus huevos las condiciones en que van a nacer, y ello mejora sus opciones en la vida

Tres pollitos de pinzón cebra con tres días de edad.Vídeo: Andy TD Bennett.
Javier Sampedro

La gente se pregunta para qué sirve cantar una nana. ¿Le hace a su bebé sentirse mejor? ¿Le prepara para un futuro confuso? No tenemos la menor evidencia de que haya algo así en el ser humano, pero la ecóloga australiana Mylene Mariette acaba de demostrarlo en una especie de aves. Y esos pájaros tienen mucho más mérito aún, porque transmiten la información sobre el entorno no ya a sus bebés, sino a sus meros huevos: a los embriones que todavía no han eclosionado, pero que ya tienen el suficiente cerebro para escuchar un mensaje vital.

Oír lo que pasa ahí fuera no es un privilegio de los adultos, ni de los nacidos. Basta tener algo parecido a una cóclea y un trozo de cerebro apto para extraer información del sonido, y los embriones de muchas especies animales poseen ambas cosas. Los zoólogos saben esto desde hace mucho, pero nunca han logrado demostrar que sirva para algo. Eso es lo que ha conseguido ahora Mariette en una especie australiana de ave, el pinzón cebra (zebra finch), o diamante mandarín (Taeniopygia guttata para los amantes del latín). Presenta sus resultados en Science.

Mariette, de la Universidad Deakin en Waurn Ponds, Australia, y su colaboradora Katherine Buchanan, demuestran que los padres pinzones les comunican a sus embriones –cantando, literalmente— si las temperaturas habituales son excepcionalmente altas, lo que en su entorno significa superar los 26 grados. La señal canora afecta al desarrollo de los embriones, de un modo que mejora su adaptación, y su probabilidad de éxito vital y reproductivo. También sus preferencias térmicas durante la vida adulta.

“La vida siempre encuentra su camino”, decía el matemático agorero de Parque Jurásico, y este cantar a los huevos del diamante mandarín revela una de las mil formas en que las especies se están adaptando al cambio climático. Ellas no van a las cumbres del clima de Kioto o de París, pero tampoco lo necesitan: poseen una inteligencia evolutiva que lleva afinándose 500 millones de años.

Las científicas formularon la hipótesis de que los cantos de los pinzones padres podían ayudar a sus huevos a prevenirse para el entorno en el que iban a nacer, y diseñaron un experimento crítico para confirmar o refutar su idea. Grabaron los “cantos de incubación” de 61 hembras y 61 machos recolectados del campo. Observaron que esos padres no se molestaban en cantar durante las fases iniciales de la incubación –cuando el embrión no tiene oídos ni cerebro auditivo—, sino solo hacia el final del desarrollo del huevo, y solo si la temperatura superaba los 26 grados.

Oír lo que pasa ahí fuera no es un privilegio de los adultos, ni siquiera de los nacidos

Esto daba un indicio, pero la mera observación de la naturaleza no suele ofrecer una prueba sólida: para eso hay que manipularla, engañarla y obtener unos datos que no tengan más interpretación que la hipótesis inicial. Mariette y Buchanan recogieron huevos y los sometieron a las combinaciones posibles de cantos grabados previamente y temperaturas alcanzadas –esta vez— artificialmente.

Los pinzonitos nacidos de un huevo que había escuchado la canción del calentamiento, por así llamarla, pesaban menos que los demás. Su menor tamaño implica un menor estrés oxidativo sobre sus moléculas vitales, lo que al final mejora su supervivencia y su éxito reproductivo en ambientes calurosos.

Y el peso no lo es todo: los pinzonitos nacidos de huevos que habían escuchado la canción del verano tienen unos hábitos adaptados al nuevo ambiente, como nidificar en zonas de alta temperatura, y transmiten esos hábitos a su descendencia, aunque las científicas australianas no saben todavía cómo. Puede que lo hagan cantando, o mediante la mucho más rompedora tecnología de la epigenética, por la que ciertos genes pueden quedar activos o inactivos durante generaciones, sin que ello suponga ningún cambio de secuencia (gatacca…).

Nada de esto implica que deba usted cantarle a su bombo, o al de su pareja. Y si lo hace, procure estudiar solfeo antes.

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