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El Athletic supera un final de infarto ante el Olympique de Marsella

Un gol de Sabin Merino, que empata el partido y resuelve el cruce, deja sin premio el buen juego del Olympique de Marsella

Ernesto Valverde, entrenador del Ahletic Club.Foto: atlas | Vídeo: ATLAS

Fútbol, el Athletic puso poco, el que le queda en estos momentos, en tanto llegue su remineralización, pero nadie pudo moverse de San Mamés hasta que el árbitro pitó el final. Cuando se asomaba la prórroga, cuando el Olympique jugaba al fútbol por obra y gracia de un muchacho talentoso, Cabella, que todo lo hacía bien, llegó el gol de Sabin Merino en la única jugada que hilvanó el Athletic en todo el partido. Un gol que hacía valer el obtenido en la ida y le daba al Athletic el pase a la siguiente eliminatoria. Se frotaba los ojos el Marsella para intentar despertar de una pesadilla que nublaba su buen fútbol. Y se los frotaba el equipo de Valverde que apenas dio dos pases en todo el encuentro y sin embargo se llevó el gato al agua. Justo o no justo, fue lo que ocurrió y en las eliminatorias la regularidad tiene poco peso específico. Al borde del infarto, el corazón rojiblanco volvió a latir cuando las pulsaciones del Olympique repicaban en San Mamés como tambores de guerra.

Hay datos objetivos que explican las cosas. Y hay datos subjetivos que afianzan el argumentario. Objetivamente, el Athletic sufre cansancio psicológico, agotamiento imaginativo, desgaste creativo. Subjetivamente, el mal se agiganta cuando le faltan lo artistas, que siempre son capaces de gestar una frase, o sea, un pase, o sea, un gol. O sea, que le faltaban tipos como Beñat, sancionado, y Williams, lesionado. Pero objetivamente, el Athletic sufre cansancio físico. Basta mirar a De Marcos, el incansable, el superhéroe para darse cuenta de la impotencia. Cuando N´Koudou se le fue por piernas como un joven ladrón a un policía a punto de jubilarse, San Mamés estornudó. Era lo nunca visto y eso no podía anunciar nada bueno. Ambos cansancios llevaron al Athletic al departamento de objetos perdidos, donde habitualmente depositaba el balón en cada pase y generalmente en zonas sensibles para un rival, como el Olympique de Marsella, que había puesto tres balas en la línea de tres cuartos.

Había dejado dicho Valverde que especular con un resultado tan corto era una incitación al suicidio. Y el Athletic salió con el firme deseo de no especular, pero con la convicción de proteger sus ahorros sin aventuras bursátiles en el área del Marsella. Es consciente de que su productividad está bajo mínimos y ya no es el equipo arrogante que encajona al rival, le asusta y a la mínima lo sentencia. El OM tenía las ideas más claras. Michel alteró medio equipo respecto al partido de ida y la revolución le vino al pelo. La defensa fue mejor con Rekik que con Rolando, Mendy dio profundidad y solvencia a la banda izquierda y Cabella encendió la chispa que necesita su equipo para sorprender al rival. Isla, en el centro, era el tapón necesario para que Diarra fuera una espada de filo largo. Ni San José ni Iturraspe pudieron nunca con él, rejuvenecido hasta la saciedad, artístico como casi nunca lo fuera.

Tanto olía a gol en San Mamés, cuando Herreín despejó un rebote en el área, cuando N´Koudou disparó al poste, cuando Bathsuayi disparó al exterior de la red, que el olor pasó de colonia a perfume por obra y gracia del delantero belga, cuando se asomaba el descanso. Era lo justo porque lo que tiene que llegar suele acabar llegando. Pero la realidad quiso que el Athletic, acuciado, perseguido, tembloroso (pudo fallar veinte, treinta, cuarenta pases), sin liderazgo, sin más ocasiones que dos manos que el árbitro no vio (una dentro, otra fuera del área) y un libre directo de Susaeta que despejó Mandanda como un gato, encontrase una jugada, la jugada, al viejo estilo: pase a la banda, profundidad, centro y cabezazo en plancha en el segundo palo de Merino. Fue el gol que daba el pase y fue el homenaje al viejo estilo, el de Iriondo, al que se homenajeó al principio y que aparecía en la imagen del videomarcador con el paraguas en la mano. Siempre fue muy previsor aunque fuera un futbolista imprevisible.

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